Pap�s

 

By Frank Thomas Smith

 

 

Padre e hijo examinaron las rosquillas sobre el mostrador y eligieron una, Kenneth una espolvoreada con az�car y Carlos una de chocolate. Buscaron un lugar en la barra que no estuviera directamente debajo de la r�faga que lanzaba el aparato de aire acondicionado y Kenneth pidi� un caf� para �l y una Pepsi para el muchacho.

Carlos era de menor altura que su padre adoptivo, pero ten�a espaldas anchas que terminaban en una cintura delgada, mientras que esa parte de la anatom�a de Kenneth se hab�a expandido �ltimamente. La tez de Carlos, naturalmente color caramelo, se hab�a oscurecido un poco durante su breve estad�a en Puerto Rico. Trataba de mantener su espeso pelo negro alisado hacia atr�s con gel, pero nadar en el oc�ano hab�a liberado los rulos que ahora le envolv�an la cabeza. Pantalones verde brillante con la bocamanga doblada por encima de los tobillos, zapatos azules de gamuza, una remera negra sin mangas y con enormes sizas y un aro colgando de la oreja izquierda completaban el retrato.

�Es imposible quedarme aqu� en Puerto Rico, Papi �dijo con la rosquilla todav�a en la boca.

����������� –Nada es imposible–respondi� Kenneth–. Quieres decir que no quieres quedarte.

����������� – �Qu� voy a hacer aqu�? �Y qu� hay de mi m�sica?

Kenneth consideraba que lo que Carlos hac�a con su guitarra el�ctrica no estaba ni remotamente relacionado con la m�sica, pero se trag� un comentario mordaz y dijo, –M�sica hay en todas partes, y aqu� hay mucha oportunidad.

����������� –S�, como el cha-cha-cha. �Y qu� hay de la escuela?

����������� –Eso puede ser un problema, –admiti� Kenneth–. Pero, �desde cu�ndo te interesa la escuela?

����������� –Me interesa la escuela –dijo Carlos –. A la escuela no le intereso yo.

Kenneth tuvo que sonre�r, no s�lo por la iron�a del comentario, sino porque en realidad ten�a raz�n. Carlos quer�a que le fuera bien en la escuela pero, a pesar de sus intentos iniciales, nunca se hab�a podido adaptar al sistema y los profesores nunca hab�an adaptado el sistema a �l. El ser disl�xico tampoco ayudaba.

����������� –Ojal� Carmen no dejara que Guillermo mire tanta televisi�n –dijo Carlos cambiando de tema abruptamente, como lo hac�a a menudo –. Est� encendida de la ma�ana a la noche.

����������� –Antes de vivir con nosotros t� tambi�n mirabas televisi�n todo el tiempo –le dijo Kenneth –. Tu madre no se daba cuenta de lo malo que era para ti y ahora tampoco se da cuenta de que es malo para tu hermano tambi�n.

����������� –Pod�a imitar una ametralladora a la perfecci�n, rata-tat-tat –record� Carlos con su amplia y encantadora sonrisa.

����������� –Y eras una publicidad andante de comida chatarra.

����������� –Si, parec�a una rata flaca de alcantarilla, eso me dec�a Mami.

����������� –Cre� que te dec�a que parec�as un gato fam�lico.

����������� –S�, –admiti� Carlos� pero, �qui�n quiere parecerse a un gato fam�lico?

����������� – �Y a una rata flaca de alcantarilla s�?

����������� –Seguro, tiene clase. �No ves la diferencia?

����������� –Bueno� s� supongo.

Carlos se ri� y le dio a su padre una palmada en el hombro. –Quiz�s todav�a haya esperanzas para ti, Papi. Ah, y tambi�n me cagaba encima, �no es cierto?

Kenneth sopl� el caf� aunque ya no estaba caliente.

����������� – �Por qu� habr� sido? –pregunt� el muchacho.

����������� –No hab�a un motivo f�sico.

En ese momento Kenneth se acord� de lo otro y se pregunt� si hab�a llegado el momento de cont�rselo a Carlos. –Los m�dicos dijeron que era todo mental.

Carlos frunci� el entrecejo. – �C�mo mental?

����������� –Inseguridad supongo, con Carmen arrastr�ndote tras ella, dej�ndote encerrado en cuartos de hotel, o en la calle hasta cualquier hora mientras trabajaba.

����������� –Qu� hija de puta. �Qu� tipo de trabajo hac�a?

����������� –Bailaba en bares –respondi� Kenneth, que supon�a que la madre de Carlos ten�a tambi�n otra l�nea de trabajo.

����������� –Ah. –Carlos baj� el �ltimo mordisco de rosquilla con un trago de Pepsi–. �Qu� tipo de baile? Nunca la vi bailar.

����������� –No lo s�, yo tampoco la vi bailar. Bailes de bar supongo.

����������� –Seguro que bailaba topless –dijo Carlos –. Ser�a capaz de hacerlo.

Se quedaron sentados en silencio un momento hasta que Carlos dijo sonriendo –Eh, Papi, �te parece que todav�a soy inseguro?

����������� –No –Kenneth sonri�–. Todo lo contrario.

����������� –Eso es bueno �no?

����������� –Puede ser, pero te est� metiendo en problemas.

����������� – �Con Mami quieres decir?

����������� –S�. A m� personalmente no me importa a qu� hora vuelves a la noche y, de todos modos, tampoco estoy ah� desde el divorcio. Pero a Mami s� le importa y t� no respetas sus deseos.

����������� –Pero �c�mo hacerlo? Me volver�a la vida imposible.

����������� –Otra vez con lo de imposible �dijo Kenneth –. Si no cumples con las reglas de la casa, les haces la vida imposible a los dem�s, sobre todo si encima eres insolente.

����������� –Podr�a mudarme�

����������� – �S�? �Ad�nde?�

����������� –Hay muchos lugares�, a lo de Jan por ejemplo. Eh, Papi, �tienes un cigarro?

Kenneth se palp� el bolsillo de la camisa y neg� con la cabeza.

����������� –Ah� hay una m�quina –dijo Carlos se�alando la entrada.

Kenneth llam� a la camarera y le entreg� un billete de cinco d�lares. – �Me podr�a dar cambio para comprar cigarrillos, por favor?

����������� –Tengo que abrir la caja especialmente para eso –dijo la chica. No lo dijo de mala manera sino como explicaci�n –. Ahora, si quiere pagar la cuenta ya, la tengo que abrir de todas formas.

Kenneth le dio un billete de 20 d�lares. Cuando la chica volvi� con el cambio Carlos recogi� las monedas necesarias del mostrador y compr� los cigarrillos. Abri� el paquete con la u�a del me�ique, que parec�a una guada�a, y lo dej� en el mostrador en frente a su padre adoptivo.

����������� –Puedes quedarte con el paquete –le dijo Kenneth –. Saco uno solo. Estoy dejando de fumar.

����������� –Gracias, P�, �tienes fuego?

����������� –Podr�as tener problemas con las autoridades de inmigraci�n, �sabes? –dijo Kenneth despu�s de dar una larga calada a su cigarrillo.

����������� – �Por qu�? –pregunt� Carlos fumando con los gestos de Kenneth.

����������� –Si ya no vives m�s con nosotros, con Mami, quiero decir, t�cnicamente ya no somos m�s tus padres sustitutos. Quiz�s tengas que dejar el pa�s. De todas formas, parece que Carmen te quiere de vuelta ahora.

����������� – �Por eso vinimos aqu�?

����������� –T� quer�as venir, �recuerdas?

����������� –Quer�a venir s�lo porque no ten�a otro lugar para ir de vacaciones. Adem�s Carmen est� aqu� como extranjera ilegal, no puedo quedarme con ella tampoco.

����������� –Tiene pensado volver a Venezuela, seg�n tengo entendido.

����������� –Ah� no necesito visa, �no es cierto?

����������� –No, eres ciudadano de Venezuela.

����������� –Entonces si me voy de los Estados Unidos, s�lo puedo ir ah�, �no es cierto?

����������� –Supongo –dijo Kenneth suavemente, decidido a no dejar que la charla se convirtiera en discusi�n.

Carlos se qued� pensativo un momento y dijo terminantemente –No quiero ir ah�.

����������� –No te preocupes, no tendr�s que hacerlo.

–Eh, Papi, �por qu� dicen eso? –pregunt� Carlos se�alando un cartel en la pared detr�s del mostrador que rezaba: NO SE ACEPTAN BILLETES DE 100 DOLARES

����������� –Es la primera vez que veo algo as� –dijo Kenneth –. Debe ser porque hay tantos billetes de 100 falsos que es m�s f�cil directamente no aceptarlos.

����������� – �Hay tanta de esa mierda dando vueltas?

Kenneth apret� el vaso vac�o entre sus manos. –Hay algo m�s que quer�a decirte cuando crecieras, pero quiz�s este es el mejor momento despu�s de todo.

����������� –Te escucho, Viejo –dijo Carlos mientras le ofrec�a un cigarrillo, que Kenneth acept�.

����������� – �Recuerdas la operaci�n que tuviste cuando ten�as ocho a�os? Creo que ten�as ocho, a lo mejor nueve, Mami se acordar�a.

����������� –S�, la recuerdo –respondi� Carlos –. �De qu� se trataba?�

����������� –Cuando naciste tus test�culos no bajaron adonde deb�an; no descendieron de adentro de tu cuerpo. Esto no es algo complicado de corregir, se trata de una operaci�n simple, pero que debe ser realizada lo antes posible para que los test�culos no se debiliten con el calor del cuerpo. Carmen no lo hizo por supuesto.

����������� – �Por qu� no?

����������� –Nunca se dio cuenta, supongo.

����������� – �Nunca se dio cuenta! �C�mo pudo no darse cuenta de que no ten�a pelotas?

����������� –Carmen es una mujer simple, Carlos.

����������� –Est�pida, quieres decir.

����������� –Como quieras. De cualquier manera, nosotros te llevamos al hospital y la operaci�n se llev� a cabo.

Carlos mir� a su padre adoptivo fijamente – �Y qu� quer�as decirme?

����������� –Ten�as ya ocho o nueve a�os, lo cual ya es demasiado tarde. –Kenneth busc� las palabras apropiadas –. El m�dico dijo que es� que hay alguna posibilidad de que no puedas tener hijos. Sigui� hablando m�s r�pido. Por supuesto esa es solamente su opini�n, pero quiso decir que, en general, s�lo en general, si la operaci�n se realiza tan tarde, es posible que el ni�o, o mejor dicho la persona, pueda quedar est�ril, no impotente, solo est�ril.

En realidad el cirujano hab�a sido m�s expl�cito. A Kenneth le hab�a dado la impresi�n de que no le parec�a particularmente tr�gico para el mundo que Carlos no pudiera reproducirse.

����������� – �No tener hijos! –Carlos se qued� mirando las colillas en el cenicero un momento y luego dijo: Bueno, no ten�a planeado tenerlos de todos modos. �Para qu� tener hijos en este mundo jodido?

����������� –Puede ser importante para una mujer –dijo Kenneth.

����������� –S�, supongo que s� –admiti� Carlos.

����������� –Puedes hacerte un estudio en cualquier momento. No s� si es m�s oportuno ahora o si es mejor esperar un a�o o dos, pero podemos averiguar. Hacen un examen de esperma o un conteo, algo as�.

Carlos se qued� callado y a Kenneth no se le ocurri� nada que decir, as� que sugiri� que salieran.

–Ah, no voy a estar para tu cumplea�os ma�ana as� que, toma, p�sala bien �y le entreg� al muchacho un billete de 100 d�lares.

����������� –Eh, gracias, Papi. –Carlos le dio un beso en la mejilla antes de meterse el billete en el bolsillo. No voy a poder gastarlo en este lugar –dijo riendo –. Qu� l�stima.

����������� –El auto debe estar como un horno –dijo Kenneth mientras atravesaban el estacionamiento en direcci�n al auto alquilado. Carlos asinti�. Sus ojos estaban fijos en el concreto debajo de sus pies. Kenneth tuvo la esperanza de que s�lo estuviera pensando en qu� hacer con los cien d�lares.

Cuatro a�os m�s tarde Kenneth, que hab�a sido transferido al exterior, estaba en los Estados Unidos, aprovechando un viaje de negocios, para visitar a sus hijos ya crecidos, todos estudiantes universitarios excepto Carlos, que de alguna manera se ganaba la vida como m�sico de Rock. Ya hab�a estado en Ann Arbor, donde estudiaba su hija menor, en Los Angeles para ver a su hijo, y en Nueva York pas� un tiempo con su hija Jeannie, estudiante de medicina, y hab�a hecho una breve visita a su ex-esposa.

Ahora le tocaba a Carlos. Estaban terminando de almorzar sentados en la vereda de un restaurante tailand�s.

����������� –Eh, Pap�, �te acuerdas de esa vez en Puerto Rico cuando me dijiste que nunca iba a tener hijos y me diste un billete de 100 d�lares en esa pocilga donde no aceptaban billetes de 100 d�lares?

����������� –Dije que probablemente no –dijo Kenneth y dio una pitada a su cigarrillo.

����������� –Bueno, ahora soy pap�.

Kenneth estaba acostumbrado a recibir sobresaltos, o por lo menos sorpresas, de parte de Carlos, pero tard� unos segundos en digerir esta noticia.

– �Qu� quieres decir?

����������� –El a�o pasado fui de nuevo a visitar a Carmen a Puerto Rico. –Sac� un cigarrillo del atado abierto de Kenneth y lo encendi�–. Dicho sea de paso, ya no est� como ilegal porque mi hermano Guillermo naci� all�, as� que es americano. –Exhal� un perfecto anillo de humo y lo mir� disolverse en el aire –. Bueno, conoc� a una chica all� y me la tir�. Pens� que no iba a pasar nada por lo que me hab�as dicho, y ahora soy pap�. �Una sonrisa le ilumin� la cara y agreg� �Qui�n dice que no tengo pelotas?

����������� – �Est�s seguro de que es tuyo?

����������� –Por supuesto que estoy seguro, �qu� te piensas, que soy est�pido?

����������� – �Qu� vas a hacer? –pregunt� Kenneth, evitando responder a la pregunta.

����������� – �Hacer? Les mando dinero y los voy a visitar de vez en cuando � como t�, Pap�.

����������� – �De d�nde sacas el dinero? –pregunt� Kenneth ignorando el ataque, si es que era un ataque.

����������� –A la banda le est� yendo bastante bien. Eh, esta noche tocamos en el �Rat�s Cellar� en Greenwich Village. �Por qu� no vienes?

����������� –Bueno, en realidad tengo que viajar esta noche.

����������� –Ven, Pap�, tocamos tres canciones m�as, dos en ingl�s y una en espa�ol. Al p�blico le encanta, especialmente a las chicas.

Kenneth frunci� el entrecejo. Decidir entre un c�modo asiento de pasillo en la clase ejecutiva de Swissair y el estridente �Rat�s Cellar� era algo atroz.

–Bueno �dijo–. Ah, y �c�mo se llama el ni�o?�

����������� –Kenneth. �Qu� te parece?

����������� –Muy bien, Carlos, muy buen nombre.

����������� –Es genial. Eh, a lo mejor Jeannie tambi�n viene si la invitas, ella dice que somos muy ruidosos, pero �c�mo lo sabe si nunca nos escuch�?

����������� – �No son ruidosos?

����������� –Yo no dije eso, Viejo. –Carlos se ri� y palme� el hombro de Kenneth.

����������� –La voy a invitar –Kenneth sonri�–. Quiz�s puedas bajar el volumen uno o dos decibeles, por nosotros.

����������� –Genial. Eh, tengo que ir a ensayar. –Bes� a Kenneth en la mejilla y se levant�.

����������� –Nos vemos despu�s, Pap�, empezamos a la una.

Kenneth lo mir� alejarse pavone�ndose y termin� su cerveza. De repente sinti� una ola de inmerecida felicidad. Pag� la cuenta dejando una generosa propina a la sonriente camarera tailandesa y volvi� al hotel para llamar a su hija Jeannie, cambiar su boleto de avi�n y dormir una siesta corta para prepararse para una larga noche.


Traducci�n del ingl�s: Nicol�s Gawain Smith

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