Admirar a�los EE.UU.

Pepe Eliaschev

 

 

Son legi�n en el mundo quienes hubieran preferido que todo siguiera igual en EE.UU. No pueden admitir, por necia rigidez ideol�gica, que la candidatura presidencial de Barack Obama significa un fen�meno colosal.
Luego de noviembre, cuando el sucesor de George Bush sea elegido, la naci�n norteamericana tendr� posibilidades ciertas de emprender un camino nuevo, una mesurada pero firme recuperaci�n de su deteriorado prestigio moral.
La campa�a que el Partido Dem�crata acaba de concluir es una ejemplar exhibici�n de voluntad democr�tica. Casi 37 millones de ciudadanos participaron de las primarias dem�cratas. Otros 9,5 millones votaron en las republicanas. Esta foto exhibe el fornido car�cter representativo de un mecanismo que, embebido de voluntad pol�tica, rebosa de legitimidad democr�tica.
Es natural el excitado entusiasmo que la candidatura de Obama produce en casi todo el mundo. En la Argentina es poco probable que abunden juicios justos y equitativos de este fen�meno. Siempre es m�s f�cil y rentable aqu� castigar a los EE.UU. por todo, pero escasean voces libres que admitan que en un sistema como el norteamericano pueden darse estos cambios en una sociedad que elige recorrer nuevos caminos, apuntar a una direcci�n diferente, adoptar actitudes diversas.
La victoria de Obama es una ocasi�n leg�tima para admirar sin verg�enza a ese pa�s. Pero casi nadie que se llene la boca con valores �progresistas� quiere pagar el precio de apartarse del compulsivo mandato de odiar a los yanquis.
En su momento m�s oscuro en d�cadas, chapoteando en el barro ensangrentado de la tragedia iraqu�, justificadamente cuestionadas sus credenciales democr�ticas por las siniestras c�rceles clandestinas, los EE.UU. han apelado a sus instituciones,  relegitimaron el sistema pol�tico vigente hace m�s de dos siglos y marchan hacia una reconversi�n serena pero firme de su actual y penoso predicamento.
Como candidato presidencial, Obama no es s�lo el resultado de la intensa y admirable militancia que termin� recogiendo 19 millones de votos: es tambi�n la confirmaci�n de que es posible debatir, polemizar y disputar el apoyo de una colectividad sin descalificar ni ignorar al adversario. Los 17,5 millones de votos por Hillary Clinton patentizan tambi�n esa fornida realidad: al participar tan masiva y entusiastamente, los norteamericanos han revalidado el car�cter vital de su democracia. Es, adem�s, un turning point espectacular por otras razones: Obama tiene apenas 46 a�os y su piel es oscura. Concita una doble condici�n de expresi�n de evoluci�n generacional y �tnica en las pr�cticas y costumbre del cuerpo pol�tico de esa naci�n.
Aunque no llegue a la Casa Blanca en enero de 2009, el negro Obama ya abri� las puertas a nuevos y muy superiores espacios de inclusi�n y universalidad civil, 40 a�os despu�s del asesinato de Martin Luther King. Esa tolerancia ensanchada tendr� repercusiones en las pol�ticas de los EE.UU. hacia pueblos de todo el planeta ajenos a los contornos estrictos de la cultura occidental de prosapia cristiana.
La impopularidad de Bush ha sido enorme y en casi todo el mundo, pero pocos se animan a conceder que la dureza y torpeza de sus decisiones no impidieron que el pa�s discutiera abierta y apasionadamente los caminos a seguir. El candidato republicano John McCain no es un seguidor del actual gobierno en sentido estricto y literal, ni responde al comprimido y recalentado cen�culo neoconservador que nutri� la ideolog�a y las opciones de la Casa Blanca durante ocho a�os.
En el mundo entero, el deseo de un cambio en Washington era clamoroso y una contienda Obama-McCain significa eso. Ya sucedi� anteriormente: despu�s de la tragicomedia de Richard Nixon y el interregno de Gerald Ford, los norteamericanos eligieron en 1976 a un hombre de 52 a�os, Jimmy Carter, que exhib�a �sobre todo� credenciales �ticas como ventaja comparativa. Son momentos en los que se refleja el car�cter abierto de la democracia norteamericana, naturalmente infectada del virus plutocr�tico y en lucha permanente contra el poder de los lobbies, pero sin embargo capaz, como sucede de nuevo ahora, de imprimirle un cambio de rumbo a su situaci�n.
Una mujer con m�ritos propios, Hillary Rodham Clinton, y un afronorteamericano han peleado la candidatura y celebraron nada menos que siete debates p�blicos por TV. �En cu�ntos pa�ses del mundo se registra tama�a disponibilidad para la discrepancia abierta y civilizada?
Ese rasgo de los EE.UU. encendi� durante d�cadas la pocas veces admitida admiraci�n que produce este pa�s de escala desmesurada, de tropel�as imperdonables y, adem�s, de excelsas magnificencias. La imaginaci�n del mundo puede volver a sentirse capturada por este pa�s, cuya versatilidad para cambiar suele desconcertar a quienes en el fondo prefieren la ineluctable par�lisis de las sociedades cerradas.
Obama pertenece, adem�s, a la era de Internet. Claramente, es de esa cultura y se ha manejado desde y con la red para reclutar, convencer y recaudar. Nada m�s democr�tico y transparente que financiar la pol�tica desde la Web. �Acaso alguien puede imaginar que tal cosa ser�a posible en la Argentina? Una campa�a montada sobre los peque�os aportes de una muchedumbre, �prosperar�a en este reino de la opacidad, los subsidios y los aportes clandestinos?
Hay, adem�s, otro �ngulo, derivado del famoso New York New, York de Frank Sinatra, cuando advierte que �If I can make it here, I can make it everywhere�. La candidatura de este hijo de un inmigrante de Kenia es un pelda�o superior a la historia del jud�o alem�n Henry Kissinger, convertido en canciller. Habla de corrimiento, evoluci�n, triunfo del reformismo posible. Obama asume la condici�n de figura �transformacional�, equivalente a dos asesinados ilustres: John F. Kennedy y el citado Luther King.
Claro, molesta que el enemigo predilecto cambie. Irrita que la mirada en blanco y negro se revele deficitaria e incluso deformante. Esta temporada magn�fica de participaci�n popular y vigor democr�tico en los EE.UU. es, en cambio, una fenomenal noticia para quienes vemos en estos s�mbolos de evoluci�n el aire de un tiempo desafortunadamente inconcebible en la Argentina.


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