Romina se animó a tener otro futuro

La Voz del Interior, Córdoba, Argentina - 23/7/2014

Por Mariana Otero

Romina sueña con dar clases en una escuela de campo, aunque aún le falta completar las prácticas en la escuela Rivadavia.

“Yo criticaba, decía mirá lo que hacen, hasta que me tocó estar en el aula y es muy difícil. Pero creo que si uno le pone mucho sentimiento, pasión a lo que hace, se puede”, sostiene, en relación a las observaciones que ya realizó en escuelas.

“Ahí me empecé a dar cuenta que era lo mio y a imaginarme en el aula haciendo cosas con los alumnos. Todo lo que se hizo conmigo es lo que no quiero hacer. Tengo claro el docente que no quiero ser”, plantea.

–¿Cómo te gustaría ser?

–La base de todo es el amor. Arrancar de ahí, y que la manera de enseñar sea más natural, no tan estructurada. Tratar que el alumno la pase bien en el aula, que no esté diciendo cuánto falta para el recreo o “seño cuándo nos vamos”. Me imagino haciendo cosas copadas con los chicos, que se prendan, que sean divertidas. Veo que los chicos hoy sufren en el aula.

–¿Por qué sufren?

–La escuela habla de que hay que construir el conocimiento en conjunto con el alumno, pero no los dejan hablar, y se aburren mucho.

*

La de Romina Griselda Cardoso (26) es una de esas historias de la Argentina profunda. Nació en un pueblo de Formosa, del que casi no tiene recuerdos, y en una familia humilde de 10 hermanos, de madre ama de casa y de padre peón de campo. Se crió en Pampa del Infierno, Chaco, y ahora trabaja como niñera y estudia para ser maestra en Villa María, Córdoba.

Hace tres años que Romina llegó a la provincia y todavía se maravilla de todo lo que ignoraba y de lo lejos que se encuentra su tierra del nuevo hogar, sorprendente y hostil. Para empezar, confirmó la existencia de esas “dos Argentina”, distintas y distantes. El choque cultural, asegura, fue enorme.

Quiere ser maestra de una escuela pública rural y, tal vez, volver al Chaco. Para terminar sus estudios de Magisterio en la Escuela Rivadavia, trabaja como empleada doméstica.

Cuando se reciba, Romina será la primera de su familia en obtener un título terciario, un logro impensado en la casa paterna en el monte chaqueño, un sitio que carece de agua y de gas y, donde acceder a Internet es todavía una película de ciencia ficción. La joven ya ostenta el honor de ser la primera de todos los hermanos en concluir el secundario. Los mayores abandonaron, su papá no terminó el primario, y su mamá no cursó el nivel medio.

Comenzó la escuela en Formosa como oyente y, luego, asistió a una escuela rural del Chaco, a cinco kilómetros de su casa. Romina es la mayor de las tres hermanas mujeres y la tercera de la decena de hermanos, que van desde los 29 y a los 7.

“A mí me encantaba ir a la escuela. Mi maestra (Marta Peralta) me decía: ‘grande vas a ser maestra’”, recuerda. En un aula multigrado, con alumnos de distintas edades, Romina enseñaba a los más chicos.

El secundario lo cursó en Pampa del Infierno, a 50 kilómetros de su casa. Allí vivió sola con su hermano, y vivió en lo de su maestra Marta. Fue entonces cuando Romina empezó a trabajar como niñera.

“Mi hermano dejó en cuarto año para ir a trabajar al campo. El me ayudaba, porque a veces mi papá no venía todas las semanas”, cuenta Romina. Y agrega: “Iba a la escuela a la mañana y a la tarde trabajaba. Imaginate que somos 10 hermanos. Me quería comprar algo y no le iba a pedir a mi papá. Cuando tenía 17 años empecé a trabajar y hasta ahora no paré” detalla.

La idea de ser maestra vino casi por casualidad. “Primero no lo elegí. No había otra carrera en Pampa, salvo Historia. Con los años me di cuenta que me gusta”, dice Romina.

En 2011 se animó a buscar otro horizonte, y siguió los pasos de su patrona y su familia, que se mudó desde El Chaco. El cambio fue drástico: Villa María no era Pampa del Infierno.

Un mundo nuevo

En su destino descubrió un mundo nuevo. La manera de enseñar y aprender era distinta, la gente era diferente, igual que las relaciones y las oportunidades. “Cuando vine me tomaron un parcial de Sociales en el Rivadavia. Yo había estudiado como hacía siempre. Y la profe me dijo: ‘ya sé lo que dice el libro, quiero que me digas qué opinás’. Yo no sabía cómo se hacía eso. Me preguntaba para qué fui tanto a la escuela si ahora no sé estudiar”, subraya.

–¿Por qué te viniste?

–Porque sentía que ahí no tenía mucho futuro. También quería conocer otras cosas. Otra manera de vivir. Mi papá siempre me decía que el que viaja mucho conoce mucho. Yo quería conocer y pensaba que esa era la oportunidad de salir. Me daba mucho miedo porque pensaba: ¿y si no funciona? ¿Y si funciona? Y me vine.

En Villa María, Romina no encajaba, no se sentía parte. Extrañaba a familiares y amigos. No entendía los chistes, no conocía Facebook, el cine ni sabía qué era un e-mail . “Cuando llegué, una profesora dijo que había mandado un archivo por Facebook y yo nunca me enteré. Pregunté qué es Facebook y todos se miraron como diciendo ‘¡no sabe qué es Facebook!”.

Se recluyó y casi no se comunicaba. Se sintió discriminada. “Yo no me dejaba conocer y sentía que los otros tampoco me daban la oportunidad”, dice.

“Un día estudiábamos a una autora que decía que es difícil enseñar en algunas escuelas porque hay chicos que no comen. Se armó un debate, y mis compañeras decían: ‘eso no pasa en ningún lado’, ‘dónde pasa eso’, ‘acá no pasa’... Y yo lo viví de cerca y muchas veces, y decía: ‘cómo puede ser que crean eso’. Yo pensaba que vivían dentro de un termo”, relata.

Se aferró a sus amigos y luego llegó su novio chaqueño, que trabaja en una cerealera y cursa el secundario de adultos.

Romina sigue siendo tímida, pero ya no se levanta de una clase cuando siente vergüenza. Hacer teatro la ayudó a hablar en público, a sentirse segura.

Sumisión y respeto

Dice que de sus padres aprendió el respeto, pero el cariño no se demostraba. “Mi familia es muy tranquila, sumisa. Reniego un poco que me hayan criado así porque todo cuesta luego un montón. Mi papá me enseñó la cuestión del respeto, pero por ahí pienso que se le fue la mano (se ríe)... Te enseñan a callar, y acá si no hablás no existís. Es una cuestión cultural. Si no hablo no es que no me interese, no me guste o no sepa”, planea.

–¿Qué creés que estarías haciendo hoy si te hubieras quedado en el Chaco?

–La mayoría de mis compañeras del colegio son mamás. Yo obviamente que quiero ser mamá, pero no como único proyecto de vida. Si me hubiera quedado seguiría trabajando, pero no estudiaría. Allá no le encontraba sentido. Pensaba para qué voy a estudiar si mi papá y mi mamá no estudiaron, están vivos y tienen su familia. Tengo ganas de estudiar y quiero saber que se siente hacer algo que te guste. Y empecé a probar.

–¿Qué aprendiste aquí?

–Conocí cosas que no tenía idea que existían. Pensaba que lo que pasaba en el pueblo mío pasaba en todos lados. Y nada que ver, es totalmente diferente. Tenés que empezar a hablar, a interactuar con las personas. Te obliga a ser así. Conocés otro modo de vivir, entendés más cómo funciona todo esto. Una vez le dije a mi profe de Teatro que cuando yo estaba en esa nube, que era mi pueblo, era feliz. Sos feliz porque no te preocupás. No terminás el secundario... Quedás embarazada... Acá siempre quiero ir por más”.



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