¿De Dónde Sacó el Burrito Su Cruz?


por Frank Thomas Smith

 

Los burritos son tozudos, todos, pero algunos más que otros. Mi burrito es el burrito más tozudo que conozco. Si quieres que ande, se queda parado; si quieres que se quede parado, anda. Si quieres que trabaje, duerme o simula dormir. Si quieres que duerma...pero no, ¿quién querría que duerma? Pero si lo quisieras, seguramente se quedaría despierto toda la noche.

No obstante, quiero mucho a mi burrito porque es un buen compañero, no miente y no le hace daño a nadie. Siempre está dispuesto a llevarme sobre su lomo a la casa del maestro, me espera allí toda la mañana hasta que salgo, y me trae a casa. Algunos de los chicos se trasladan a caballo, pero ninguno anda en burro porque, como dije, son muy tozudos.

Mi burrito no deja que ningún otro se siente sobre su lomo, sólo yo. Y si lo forzaran a hacerlo, no avanzaría ni un paso. Por más que lo empujaran, lo azotaran o le imploraran, no se movería. Tampoco sigue a nadie que no sea yo. 

Una noche soñé con él. Lo había atado a un  árbol en el camino que va a la casa del maestro y estábamos esperando allí, no sé por qué. Luego vi  acercarse a dos hombres. Miraron al burrito y parecieron alegrarse de verlo. Desataron la cuerda y se lo llevaron. El burrito se fue con ellos sin protestar. Yo tampoco protesté y los seguí a una distancia prudencial.  Ahí se terminó mi sueño, interrupido por el canto del gallo.

Me levanté y fui con el burrito por el mismo camino que aparecía en mi sueño. Cuando llegamos al  árbol, até al burrito y me senté a esperar.

Esperamos un largo rato y no pasó nadie, ni siquiera otro burro, porque era sábado y nadie tenía que trabajar ni ir a la escuela. Justo cuando empezaba a creer que mi sueño no era verdad, vi que se acercaban dos hombres. Me saludaron y uno de ellos me preguntó si podían tomar prestado a mi burrito. Les dije que sí y los seguí, igual que en el sueño. Subieron a una colina donde los esperaba un pequeño grupo de personas. Una mujer colocó un manto azul sobre el lomo del burrito y un hombre lo montó. Era joven, delgado y más alto que los demás.

Los dos hombres sujetaban al burrito de ambos lados, pero yo temía que no fuera a caminar, por ser tan testarudo, y quería ayudar a ese hombre alto porque...  bueno, no sé bien por qué. Corrí hacia ellos y me paré delante del burrito. El hombre me miró, sonrió  y me entregó la cuerda.

–Vamos –dijo.

Los dos hombres se apartaron y avanzamos, yo guiando al burrito y el hombre alto sentado sobre su lomo.

–¡Hosanna! –gritó alguien y los demás exclamaron: –¡Salve!

El hombre no dijo nada. Y yo tampoco.

Nos dirigimos colina abajo por un zigzagueante sendero pedregoso. Pasamos por varias aldeas en donde la gente nos aplaudió y aclamó. Muchos de ellos se unieron a nosotros y pronto nos acompañaba un gran grupo, ruidoso y desordenado, pero feliz.

Finalmente llegamos a la ciudad y ahora nos seguía una verdadera muchedumbre,  más bulliciosa que nunca. Clamaban como locos, pero no todos a favor. Alguien gritó: –¡Impostor!  –y  arrojó una piedra que alcanzó al burrito en las ancas. El hombre se inclinó hacia adelante y le acarició el cuello. Yo no tuve miedo porque el hombre estaba tranquilo, muy tranquilo. Al principio había pensado que se trataba de algún maestro, pero su barba era corta y los maestros siempre tienen barbas largas. De lo que estaba seguro era de que me llenaba de alegría poder ayudar a ese hombre.

El camino nos condujo al templo, donde el hombre desmontó y entró, seguido por la muchedumbre. Sólo el burrito, una mujer y yo nos quedamos afuera. La mujer parecía preocupada, pero nos sonrió mientras se acercaba. Se puso a acariciarle el lomo al burrito y murmuró: –¡Burrito santo! –Luego se volvió hacia mí y me dijo: –Gracias –. Yo le pregunté quién era ese hombre que había montado sobre mi burrito.

–Mi hijo, Yeshua* –respondió. Eso no significaba nada para mí, porque habían muchos Yeshuas. Luego la mujer volvió a sonreír y agregó:  –El sol está  muy fuerte. Sería mejor que regresaran a su casa ahora.  –Me tocó la mejilla y, dando media vuelta, se alejó por una de las angostas callecitas de la ciudad.

Tenía razón sobre el sol, que parecía una gran bola de fuego directamente encima de mi cabeza, así que enfilamos hacia casa:

–Vamos, burrito santo –le dije mientras lo jalaba de la cuerda.

Cuando llegamos al árbol decidí montar sobre Santo (como lo llamamos todos de ahí en adelante), porque me sentí muy cansado de repente. Hasta ese momento había ido caminando pues, por alguna razón, no me animaba a sentarme sobre el lomo del burrito tan pronto después de Yeshua.

Al apoyar la mano sobre su cerviz, vi que tenía una cruz blanca trazada sobre el lomo: una línea vertical se extendía desde la cola al cuello y otra línea la cruzaba de hombro a hombro. Recorrí los trazos con un dedo para comprobar que eran reales. Luego monté y me sentí muy feliz porque... bueno, no sé bien por qué.

Desde ese entonces los burritos como Santo tienen una cruz sobre el lomo. Pero menos tozudos no son, eso es seguro. 

 

*Yeshua = Jesús, en hebreo.


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