Yo era consultor de Desarrollo de Organizaciones y, como tal, miembro de una asociación internacional que realizaba encuentros anuales en diferentes países. Este fue en Weimar, Alemania, unos treinta años atrás. Una consultora danesa había sido invitada para dar una charla sobre su especialidad, que era “Cómo despedir gente humanamente”.
Recuerdo bien sus palabras, pero este recuerdo me lleva a otro mucho más fuerte e importante.
Ya volveremos sobre ella.
Los organizadores habían preparado para el final del encuentro una visita al campo de concentración de Buchenwald, transformado ahora en museo y ubicado a sólo tres kilómetros de la ciudad. Fue una buena idea programar la visita para el final, porque nos habría resultado difícil concentrarnos en nuestras preocupaciones triviales después de haber visto y sentido el testimonio de una de las mayores y más atroces depredaciones humanas de toda la historia. Entre paréntesis, les recomiendo enfáticamente a ustedes lectores que han leído hasta aquí, que visiten la siguiente página de Wikipedia sobre Buchenwald.
Ahora volvamos a la conferencia de la consultora sobre el desempleo.
Ella explicó algunos procedimientos de sentido común, comenzando por “Cómo no despedir a una persona”: convocarla a la oficina del gerente de personal, entregarle un sobre con dos meses de salario, una carta de recomendación y un apretón de manos deseándole buena suerte. En tal situación, alguien que fuera sostén de familia muy probablemente iría al bar más cercano para ahogar el golpe a su ego y su billetera antes que dirigirse a su hogar y su familia.
La manera “correcta” sería ofrecerle la opción de continuar trabajando durante los dos meses, con total libertad para dedicarse a encontrar un nuevo empleo; es más fácil encontrar trabajo estando empleado que desempleado. La compañía debería tener por lo menos una persona encargada de asistir al empleado en la preparación de su CV, la búsqueda de potenciales nuevos empleadores, y, en lo posible, incluso ofrecerle asistencia psicológica.
Esto fue hace mucho tiempo de modo que los detalles de la charla se han vuelto borrosos, pero no son importantes para lo que aquí quiero decir. Lo que aún me resuena con total claridad es una de las frases pronunciadas:
“¡El desempleo está aquí para quedarse!”
No se refería a una recesión ni tampoco a una depresión, elementos intrínsecos del sistema capitalista que van y vienen, sino al avance inevitable del trabajo mecánico, computarizado y robotizado que está reemplazando cada vez más al trabajo humano y que, como proceso y causa del desempleo, también está aquí para quedarse.
El Ingreso Básico Universal
Se trata de un concepto según el cual todos los habitantes de un país tienen el derecho de un ingreso básico que por lo menos rescata al pobre de la pobreza, o de la precariedad – económica y psicológica. Tomemos al país en que vivo, Argentina, como ejemplo de lo que podría ocurrir si se lo pusiera en práctica aquí. En realidad, toda Latinoamérica tiene altos índices de pobreza, ya sea que los gobiernos lo admitan o no. En Argentina más del 40% de la población es pobre, y más del 50% de los niños son pobres. (Estas son cifras oficiales, así que la verdad probablemente es peor.) En este momento gran parte de América del Sur está convulsionada por las protestas: Chile, Ecuador, Bolivia y, por supuesto, Venezuela. La sorpresa mayor fue Chile, que había aparentemente resuelto el rompecabezas “macroeconómico”: menor deuda, moneda estable, prósperas clases media-alta y alta, ligeramente menor porcentaje de pobreza –todo bajo la constitución redactada durante la dictadura militar de Pinochet. Pero el gobierno se olvidó de los pobres y de los desocupados y de la percepción de la gente sobre el hecho de que la mayor tajada del pastel económico estaba siendo disfrutada por un porcentaje muy pequeño de la población. Argentina eludió un destino semejante porque tenía elecciones programadas que se llevaron a cabo. Qué hará el nuevo gobierno para sobrevivir es una incógnita y, de todos modos, esa es otra historia.
El IBU reemplazaría a los programas gubernamentales de asistencia existentes, basados en la situación económica de las personas, tales como el seguro de desempleo, la asignación para jefes de familia, etc., que constituyen una gran proporción de los gastos sociales de cualquier gobierno. La idea es garantizar la subsistencia y también estimular la iniciativa personal y facilitar los esfuerzos para mejorar –es decir, suficiente para vivir, pero no para vivir bien.
¿Cómo funcionaría un ingreso básico de este tipo?
Digamos que todo adulto residente legal del país recibe 30.000 pesos por mes (alrededor de 500 US$) –no en efectivo sino en una cuenta especial de débito, con las siguientes condiciones:
1. La tarjeta de débito sólo puede ser utilizada para adquirir productos en comercios minoristas.
2. No se puede retirar efectivo.
3. El dinero recibido debe ser utilizado dentro de los 30 días de ser depositado.
4. Cualquier suma remanente luego de los 30 días, se pierde.
Los niños recibirían 15.000 pesos cada uno, acreditados en la cuenta de alguno de sus padres o tutores legales. De este modo, una familia argentina “típica”, formada por dos adultos y dos niños, tendría un ingreso de 90.000 pesos, suficiente para sacarlos de la pobreza extrema en el caso de ser pobres. ¿Se contentarían con esto? Quizás algunos sí, pero creo que la mayoría trataría de aumentar sus ingresos. De modo que el trabajo no desaparecería. En cambio, los que realizan tareas hogareñas –mayoritariamente las mujeres –por fin recibirían reconocimiento y retribución por su trabajo. Los artistas, los músicos (trabajadores de la cultura) tendrían la posibilidad de innovar y crear libremente sin preocuparse por la próxima comida o alquiler.
¿Por qué pagarles a los ricos que no lo necesitan?
La experiencia demuestra que seleccionar a quienes han de recibir ayuda lleva a la corrupción. Argentina ya tiene diversos “planes” de asistencia económica. ¿Quién decide quiénes se benefician con esos planes? Con frecuencia hay un quid pro quo: “Tienes el plan si votas de manera correcta, es decir, por mí y/o por mi partido”. Pero el sistema podría tener una solución incorporada: para poder recibir los beneficios todos deberían registrarse para obtener la arriba mencionada tarjeta de débito. ¿La solicitarían los ricos? Lo dudo, aunque solo fuera por el bochorno en caso de divulgarse. Y con seguridad se divulgaría. Lo mismo (casi) vale para las clases medias y medias-altas. De esa manera, el número de gente que recibe el ingreso básico se reduciría mediante la obligación de registrarse para obtener la tarjeta.
¿Socialismo? No en el sentido habitual, sólo un método social para garantizar y sustentar la igualdad de oportunidades y la protección de quienes no pueden integrar la fuerza laboral por causa de la edad, la discapacidad o el desempleo.
Cómo financiarlo
La objeción más simple y quizás la de mayor peso es que costaría demasiado y que resultaría inflacionario. Esto es cierto si pensamos en el dinero como si se tratara de objetos de valor. Pero en realidad el dinero existe en forma de papel, o como números en los libros digitales de las instituciones financieras, es decir, sin ningún valor intrínseco aparte del que nosotros le damos. En el caso de la tarjeta de débito, el valor promisorio siempre se inserta en la circulación económica porque los dueños de la tarjeta de débito deben gastar la suma original dentro del mes de recibida para no perderla. Esto constituiría un enorme sacudón para despertar a cualquier economía adormecida, pues la gente sí gastaría. Y así, en cierto sentido, el sistema se financiaría solo.
Para que un país prospere económicamente es necesario que la población consuma bienes y servicios. Los pobres y los desempleados son ciertamente malos consumidores, a menos que se vuelvan exitosos criminales.
Si verdaderamente queremos hacer de la tierra un lugar digno de ser habitado para todos, y ayudar a nuestros vecinos de manera práctica y también moral, este tipo de ingreso básico universal, aunque no sea la solución de todos los problemas sociales, es un necesario comienzo.
La conexión entre un campo de concentración y el desempleo, la pobreza y el hambre parece frágil; el puente es el enlace de memoria.