La lucha por sobrevivir en la pobreza en Argentina,
más allá de la pandemia

En asentamientos como Paso del Indio, en Río Cuarto, el frío y la vulnerabilidad social amenazan hoy más que el coronavirus. Mujeres revelan historias de violencia, adicciones y exclusión, que temen ver repetir en sus hijos.

por Denise Audrito

No llorés más, mami. Comprame un carro y un caballo y vamos a salir adelante. No nos vamos a cagar más de hambre, vas a ver”. Daniela tiene 29 años. Cuenta que esas palabras de su hijo, de 7, le hacen sacar fuerzas de donde no tiene, para levantarse de la cama.

Su desvelo hoy no es la pandemia. Es el frío, sus cuatro chicos y “un bebé que viene en camino”. Su pareja, víctima de adicciones, se suicidó meses atrás. “Yo le había dicho que se fuera el Día de la Madre, porque me hizo mucho daño. Nunca me acompañó”, comienza a contar.

La joven vive en la precariedad total, en uno de los sectores más periféricos y vulnerables de Río Cuarto: Paso del Indio. Es un asentamiento cerca del río, en el límite de la ciudad con el área rural. Daniela muestra la habitación de madera en la que vive. Cuenta que se la regaló un tío. Le fue agregando con materiales (comprados con un crédito de Ansés) una estufa hogar y un baño, que aún está sin techo.

“Yo había ido separando alguito de la asignación y comprando de a poco las cosas para un baño como tiene que ser, pero mi pareja por el vicio fue vendiendo todo, hasta los caños. Le había comprado a él una motosierra, que todavía estoy pagando en cuotas, para que corte leña cerca del río, para calentar a los chicos. Pero también la vendió. No sé qué hacer con el frío. En el baño tengo una lona de techo. Y en la casa hay huecos que tapo con nailon, pero lo mismo entra frío y agua también”, lamenta.

La historia es una. Pero explica a cientos de miles que viven en la marginación, en todo el mapa nacional.

En tiempos de coronavirus, Daniela manda a sus pequeños a lavarse las manos en la canilla improvisada en una manguera, pero de la “casa” vecina.

Relatos vecinos

Tania (18) y su pareja han construido con chapas, nailon y madera un refugio. Viven de changas: juntan chatarra y venden arena. Por la cuarentena, están sin trabajo. Tienen un bebé y esperan otro. “Todavía no cobré la ayuda del Gobierno porque no tengo candado para dejar en la casa. Hoy no tengo ni una garrafa”, revela.

En Paso del Indio también prevén armarse una casita Alejandra (22) y su pareja. La joven se esfuerza para empujar el cochecito de su bebé en subida, entre el guadal, los yuyos, la basura y los espinillos que la obligan a agacharse. “Tengo tres hijos. Mi marido también se quiere hacer una casa acá, al lado del río, porque donde estamos hay quilombo. Y nos roban todo”, expone.

Ninguna de las mujeres del sector pronuncia en voz alta el sufrimiento que les atraviesa la mirada.

Daniela, ahora que quedó viuda, admite que fue víctima de violencia. Contó que fue violada desde los 11 años. Que quedó embarazada y su hijito nació y falleció. “Me fui de mi casa porque no me creían quién me violaba. Después me tocó criar a mis hermanos. A los 15 me junté con mi marido y también me golpeaba, me pegaba. Cuando mi hija de 8 años nació, él me quitaba la plata de la asignación para sumirse él (drogarse). Vengo de una vida sufrida. Tendría para escribir un libro”, describe.

Graciela, quien tiene un merendero solidario en el sector, destaca que Daniela “deja siempre la ayuda para otros cuando ella tiene algo para darle a sus hijos”.

“Acá muchos sobreviven hoy, con todo parado, apenas por la tarjeta alimentaria. Yo tengo un montón de trabajo, en siete casas de familia, pero hace más de 50 días que no puedo ir. Ahora el único lugar donde me siguen pagando es donde estoy en blanco”, testimonia la mujer. Que aun así, atiende su merendero.