¿Qué es el ser humano?

Imagen: Unas hojas verdes forman la silueta de una cabeza humana, algunas hojas secas se desprenden de esta

Por Judith von Halle

Extracto de su libro Demencia

Quienes deseen dedicarse a encontrar métodos para el tratamiento de la demencia investigando y reuniendo información pueden lograr resultados positivos sin poseer una formación médica. Uno puede cuestionar esta proposición, o refutarla, ya que la demencia es una de las enfermedades aún consideradas incurables y sobre la cual la medicina ortodoxa no ha podido hacer mucho hasta ahora. Este libro se propone demostrar que realmente es necesario que otros fuera de la profesión médica se aboquen al tema de la demencia, y también que la reciente proliferación de casos exige un conocimiento del desarrollo de nuestra conciencia y de la naturaleza del ser humano.

Tal conciencia sobre el ser humano, sobre nuestra verdadera naturaleza interior y exterior, puede adquirirse si se comienza a estudiar al propio ser con los métodos de la ciencia espiritual antroposófica. La práctica de la ciencia espiritual antroposófica es posible para todos. No se necesita ninguna cualificación especial. Por ser humano, uno ya está cualificado. Pues la tarea de la ciencia espiritual antroposófica no consiste en investigar el espíritu, sino en investigar el mundo y la humanidad a través del espíritu. El hecho de que el ser humano disponga de ese espíritu significa que todos estamos –sin ninguna formación especial– muy bien equipados para el trabajo investigativo antroposófico, siempre que estemos realmente dispuestos a llevarlo a cabo.

Sin duda podemos llegar a un conocimiento superior con la ciencia espiritual antroposófica, como es el caso con cualquier actividad científica. Pero la ciencia espiritual antroposófica puede ser practicada por cualquiera, pues abarca todos los campos de interés imaginables, y siempre comienza con lo que todos –hasta quienes carezcan de formación científica –pueden hacer: observar. La observación meticulosa de todos los fenómenos y sucesos sin juicios apresurados sobre lo que se observa es el requisito previo para todo trabajo científico serio.

Todos pueden practicar la observación de los objetos y sucesos que los rodean, comenzando por la observación de las cosas más simples y conocidas, como los procesos de crecimiento y descomposición de una flor, hasta los fenómenos con los que nunca antes se habían enfrentrado, como la evolución de la enfermedad en un paciente con demencia. Tanto lo aparentemente bien conocido como lo nunca antes visto, requieren de nosotros minuciosa atención. Pues cuando observamos con tranquilidad un proceso bien conocido, sin evaluar o juzgar apresuradamente como de costumbre, descubriremos muchas cosas que antes habíamos pasado por alto; lo observado aparecerá como un fenómeno totalmente desconocido.

Por medio de tal precisa observación, en la que tratamos de refrenar toda explicación precipitada (ingeniosa) sobre lo que estamos observando, se nos harán evidentes, de pronto, conexiones que nos demostrarán claramente que todos los objetos y sucesos observados están sujetos a constante cambio, ya sea lento o rápido, el cual, aunque invisible, existe y ha de estar impregnado de fuerzas y procesos. Gradualmente llegamos a la certeza de que junto con nuestro conocido y visible mundo terrenal, debe existir otro mundo, espiritual e invisible, del que emanan dichas fuerzas y procesos –como el estímulo que hace crecer o descomponerse a la planta, o ese invisible pero innegablemente real e intenso sentimiento de amor, o de aversión.

Sólo mediante estos simples ejercicios de observación, realizados con dedicación, habremos de advertir que dicho mundo espiritual es omnipresente, puesto que es lo que impregna a nuestro mundo exterior material y visible. Y comprobaremos que todo lo que percibimos del mundo exterior con nuestros órganos sensorios se halla animado por ese mundo espiritual.

Por lo tanto, la ciencia espiritual antroposófica se aboca a la tarea de observar primero la esencia del mundo y del ser humano tales como son, es decir, en su naturaleza exterior y en sus relaciones espirituales interiores, y luego tratar de comprender lo observado. La ciencia espiritual antroposófica investiga las mismas cosas que la ciencia natural, sólo que no en una probeta, sino por medio de una fina percepción espiritual.

Ahora bien, para investigar en profundidad las relaciones entre el mundo exterior y el mundo espiritual, se necesitan otros órganos de percepción aparte de los sensorios. Ejercicios simples, como el ya mencionado ejercicio de observación, llevan al entrenamiento gradual de tales órganos suprasensibles a través de lo que ocurre en el alma por la pura observación 1. Cabe mencionar que el desarrollo de órganos suprasensibles se produce de igual manera que el desarrollo de órganos sensorios, según reglas igualmente claras. Los datos revelados por el uso de los órganos suprasensibles también han de ser cotejados entre sí de la misma manera que cotejamos los datos que nos revela el uso de nuestros órganos sensorios. Así como dos personas racionales no discutirían acerca de si el cielo es normalmente azul y no verde, de igual modo dos personas con órganos suprasensibles no discutirían sobre la existencia de seres incorpóreos que viven en el mundo suprasensible, al que también pertenecen los seres humanos cuando ellos mismos son incorpóreos durante el lapso entre la muerte y un nuevo nacimiento, cuando viven en el mundo espiritual.

Cuando consideramos al ser humano desde la perspectiva antroposófica, surge cierta discrepancia con el enfoque de muchos científicos naturalistas; pues la ciencia espiritual antroposófica considera al ser humano como un ser espiritual. Este ser espiritual tiene su morada en el mundo espiritual y se une, por medio de la encarnación, con el cuerpo físico, que le sirve como instrumento para vivir y actuar en el mundo físico-material, comenzando en el útero luego de la concepción. Por ende, el ser humano es parte de ese mundo espiritual y sigue siéndolo después de nacer. Podemos decir que el ser humano terrenal es tan ser espiritual como lo es físico. En realidad, la proporción es de tres a uno: quien investigue y describa al ser humano de manera espiritual llegará a la conclusión de que consiste en cuatro diferentes componentes, de los cuales el cuerpo físico-material que vemos en el espejo es sólo uno.

En primer lugar, tenemos el conocido cuerpo material, físico, que podemos sentir y tocar. Éste contiene nuestros órganos, que pueden deteriorarse cuando los afecta alguna enfermedad y pueden ser tratados mediante cirugía. Sólo este cuerpo material ha adquirido las mismas características del reino mineral. Es materia que, de no haber sido impregnada por algo totalmente distinto, sería tan rígida e inerte como una piedra. Pero el ser humano posee, además de este cuerpo físico, uno que la ciencia espiritual antroposófica denomina “cuerpo de vida” o “cuerpo etérico”. Este cuerpo, invisible para los órganos sensorios, funciona como fuerza espiritual, vivificante, en los órganos del cuerpo físico y los vuelve operativos. Tenemos este cuerpo de vida, o cuerpo etérico, en común con el reino vegetal. Las plantas también tienen un cuerpo material que podemos tocar como tocamos una piedra, pero las plantas crecen y florecen y luego se marchitan. Una fuerza de naturaleza “etérica” actúa en ellas, que vivifica el material muerto. Pero el ser humano tiene, además de los cuerpos físico y etérico, otro componente en su ser: lo que usualmente llamamos el “alma”. Este componente, que en terminología antroposófica se denomina “cuerpo astral”, opera básicamente en el sistema nervioso, produciendo los sentimientos que sentimos en nuestro interior y que dejamos, con demasiada frecuencia, que nos dominen. Con este componente, nos encontramos en el nivel del reino animal. Los animales, a diferencia de las plantas, tienen el cuerpo astral como su componente más elevado. Tienen sentimientos que pueden expresar. Pero el ser humano posee, por último, un cuarto elemento, que lo eleva por sobre el reino animal: se trata del “yo” 2. Por medio del yo, el ser humano tiene clara conciencia de sí mismo; es capaz de comprender al mundo y a sí mismo con el pensamiento. También podemos llamar a este yo el “espíritu”. De este espíritu se trata cuando nos enfrentamos con la demencia, pues la palabra demencia incluye la palabra espíritu (mens).

Cuerpo físico visible

Cuerpo etérico

Cuerpo astral componentes espirituales, invisibles

Yo

La ciencia médica hoy trata frenéticamente de encontrar un tratamiento para la demencia y también para sus causas. Hay que admitir que se han logrado algunos pequeños éxitos con el descubrimiento de medios para retrasar el proceso degenerativo de la demencia. Pero lo cierto es que, con los procedimientos médicos convencionales y de las ciencias naturales, ni se ha podido descubrir exactamente qué desencadena esta enfermedad ni cómo puede ser tratada. Se estudian los procesos degenerativos, pero incluso cuando los procesos materiales son descriptos con exactitud, el “por qué” queda sin contestar. A propósito, esto también vale para la mayoría de las enfermedades, sobre todo para las incurables. ¿Por qué se degenera una célula y se desarrolla el cáncer? Por supuesto existen factores de riesgo, pero hay personas que mueren de cáncer sin tener ningún factor de riesgo. ¿Por qué una persona contrae gripe mientras que otra, que tuvo los mismos contactos con la enfermedad, no se contagia? ¿Por qué se manifiesta en una persona en un día en particular y no en otro? Los científicos naturalistas dogmáticos responderían que esto depende de ciertas condiciones materiales previas. Pero entonces podríamos repreguntar: ¿Por qué tales condiciones previas se dan en ese día en particular?

Con respecto a tales preguntas sobre el “por qué”, quizás nos venga a la memoria una escena típica de una clase de física en nuestra época escolar, cuando se explicaba el orbitar de los planetas alrededor del sol por medio de objetos que flotaban en el agua y eran puestos en movimiento utilizando una varilla o una cuchara. Esa demostración de la fuerza centrífuga puede parecer muy ilustrativa, sin embargo, quizás algún alumno inocente (en el mejor sentido) se sienta motivado a preguntar: ¿Pero quién es el responsable de dar el impulso en el espacio estelar? ¿Quién sostiene la varilla o la cuchara? Muchos profesores señalarán al así llamado big bang, y entonces quizás los alumnos prefieran guardar silencio cuando les surja de nuevo la pregunta: ¿Quién es responsable del big bang? Por ello no resulta extraño que los más grandes científicos naturalistas, sobre todo del campo de la física, finalmente echen mano al concepto de Dios. Este concepto de Dios sólo se revela cuando uno reconoce al espíritu invisible como la causa de los fenómenos materiales.

Quien llegue a una concepción acertada y superior del ser humano como la que posibilita la ciencia espiritual pronto habrá de ver también la plausibilidad de tener presentes las relaciones espirituales al considerar los fenómenos físicos. Se ha visto que los científicos que creen que el ser humano es producto de una “lotería genética determinada aleatoriamente” 3, en vez de reconocer su naturaleza anímico-espiritual, y que consideran que la degeneración material se produce por causas aleatorias, difícilmente pueden llegar a las causas de enfermedades tales como la demencia. Si no se toman en consideración los componentes espirituales de la persona, es difícil imaginar que se encuentren las causas de la enfermedad; sólo se pueden tratar los síntomas, lo cual no conduce a una cura. Muchos métodos ortodoxos, basados en una imagen distorsionada del hombre, sólo consiguen una supresión de los síntomas. Esta palabra es apropiada para describir el proceso que tiene lugar en el paciente cuando es tratado por esos medios, pues, en verdad, lo que sucede es la supresión, la presión hacia abajo, de lo que la enfermedad quiere expresar. La esencia de la enfermedad, su causa, así como su razón y propósito espiritual, en vez de ser tratada es empujada hacia abajo, hacia las capas más profundas del ser humano, y el destino o karma que debería haberse consumado a través de esa enfermedad es empujado hacia adelante hasta un momento posterior, quizás incluso hasta una futura encarnación. Naturalmente una enfermedad de tal manera suprimida habrá de manifestarse en la próxima oportunidad de manera mucho más severa.

Reconocer al espíritu en el ser humano y el universo es, sin embargo, muy difícil para nuestra cultura contemporánea. A menudo, quien mencione tales cosas sólo recibirá burlas por parte de los sabios hombres de ciencia. No obstante, hay un ejemplo simple y cotidianamente observable que demuestra cómo el espíritu vivifica a la materia y cómo la materia no podría existir jamás sin el espíritu: se trata de la muerte. Ninguna otra cosa puede ilustrar tan gráficamente el impulso real del espíritu. Todos los días alguien en nuestro entorno cercano abandona su cuerpo físico. Quien haya estado junto a un lecho de muerte habrá presenciado este gran momento: el ser humano que conocíamos abandona su morada física. Ahí se nos vuelve claro que no era a esta persona física a quien habíamos amado, sino que el cuerpo físico de esta persona era en realidad sólo la apariencia terrenal que la persona real había asumido; y ahora el mero componente físico yace en el lecho de muerte, pero ya no es el verdadero ser humano. El verdadero ser humano, es decir, el ser espiritual, se ha ido a otro lugar, a otro mundo en el que no necesita ningún cuerpo físico. Básicamente, todos deberían poder entender esto: cuando el espíritu de la persona está presente en el cuerpo físico, lo impregna, obra en él para que el cuerpo físico pueda andar. Si se saca al espíritu del instrumento físico, éste yace inmóvil y rígido.

Podemos hacer una observación similar con una persona que duerme. Al dormir, el espíritu y el alma, es decir, el yo y el cuerpo astral, abandonan el cuerpo físico y se trasladan al mundo espiritual. El cuerpo vital, en cambio, permanece unido con el componente físico, ya que las funciones orgánicas permanecen sin cambios durante el sueño. No obstante, cuando el espíritu de la persona está en el mundo espiritual durante el sueño, la persona no puede levantarse y andar, solamente yace en la cama. En cuanto el espíritu vuelve a ingresar al componente físico, la persona puede nuevamente levantarse y guiar sus extremidades por la habitación. Cuando el ser humano atraviesa el portal de la muerte, su espíritu no regresa al componente físico. Pero ese ser no desaparece. Vive en su verdadero hogar espiritual, hasta que un día regresa en una nueva encarnación y adopta un nuevo cuerpo físico. Este concepto explica el secreto del impulso Crístico. “Yo soy la resurrección y la vida”, le dice Cristo a Marta4. Cristo es el “YO SOY”, que nos es dado a cada uno de nosotros. Este yo, el cuarto componente del ser, es lo espiritual en el hombre; es nuestra verdadera individualidad. Y esta verdadera individualidad no se descompone –es inmortal. Por ende, el yo es la “resurrección”, pues vence a la muerte al elevarse desde el cuerpo material que se descompone e ingresar a su hogar espiritual incólume, y esa es “la vida”.

Así pues, el ser humano es un ser espiritual que durante su estancia en la tierra reside en un cuerpo material, que ha sido construido por elevados seres espirituales 5. Cuando se considera al hombre como el ser que realmente es, es decir, integrado por cuatro componentes distintos, es posible hablar antropológicamente sobre ese ser, aún sin haber estudiado medicina . Mediante la ciencia espiritual antroposófica, por ejemplo, se puede adquirir conocimiento sobre la naturaleza física del ser humano sin diseccionar su cuerpo.

Por medio del ejemplo del estado durante el sueño, podemos observar que los componentes del ser del hombre pueden pasar por diversas etapas de modo que la persona en su conjunto está “en movimiento”. También en el caso de una enfermedad, los diversos componentes del ser humano se hallan en movimiento; algo excepcional le está sucediendo. Si reconocemos que el ser humano está impregnado y por ello fortalecido por impulsos espirituales, entonces hemos logrado una real contribución científica al conocimiento del hombre. Por otra parte, podemos entender por qué la medicina ortodoxa, a pesar de todos sus logros en pro del bienestar humano, no avanza en muchos aspectos y es incapaz de contestar muchas preguntas sobre las causas de las enfermedades. Pero si nos abocamos a las verdaderas causas de las enfermedades, el tratamiento, en muchos casos, no tendrá que verse limitado a tratar síntomas.

Dado que el hombre es un ser espiritual con un cuerpo físico, es obvio que las causas de una enfermedad no se han de encontrar en el contexto físico; más bien se ha de reconocer al deterioro físico como el impulso de causas espirituales, y estas causas han de ser buscadas en los componentes espirituales del ser humano.