Los hermanitos elegidos

Los hermanitos elegidos

por Roberto Fox

Es la hora del recreo y el hermanito de Salomé, que está en el jardín de infantes, trepa el cerco que separa al jardín de la escuela primaria, para saludar a su hermana. Pedro, el bravucón del primer grado, le hace una zancadilla con el pie. El pequeño se cae y se pone a llorar, más por la sorpresa que porque le duela algo. Salomé le hace mimos para calmarlo.

–¿Este es tu hermano? –le pregunta Pedro a Salomé.

Sí –le contesta Salomé, que es más alta que Pedro y no le tiene miedo–, así que no lo molestes más o yo te voy a molestar el doble.

–Bueno, no sabía que era tu hermano –responde Pedro–. De todos modos, no debería estar aquí.

–¡Cállate, bruto! –le grita Salomé mientras lleva a su hermanito de vuelta al jardín de infantes y éste, que ya ha dejado de llorar, se da vuelta y le saca la lengua a Pedro. Pedro su pone furioso pero no sabe qué hacer, y los otros niños se dan cuenta y se ríen de él.

Nicolás ha estado observando la escena con atención. Todos sus compañeros de grado tienen por lo menos un hermano. Él es el único que no tiene ninguno. Los otros niños juegan con sus hermanos y los defienden o son defendidos por ellos, como acaba de pasar con Salomé y su hermanito. Pero Nicolás, no.

* * *

Un día de primavera, cuando las enredaderas que cubren el edificio de la escuela habían comenzado a ponerse verdes, la maestra les dio una sorpresa:

–Les quiero presentar a una nueva alumna –les dijo.

Todos habían llegado a horario esa mañana, excepto Guillermo, que casi siempre llegaba tarde porque le resultaba difícil levantarse temprano. Nicolás, que tenía su pupitre en la última fila junto a la ventana, miró hacia adelante y vio a una niña parada a la derecha de la maestra. La Señorita Constanza sonreía, pero la niña estaba seria y miraba al piso. Era bonita, de tez oscura y cabello largo y ensortijado.

–Malena acaba de llegar del Brasil –continuó la maestra–, así que todavía no habla muy bien el castellano, pero va a aprender muy pero muy rápido. Quiero que todos la ayuden.

Tomó a la niña de la mano y la llevó hacia atrás, acercándose a Nicolás.

–Te vas a sentar aquí, entre Nicolás y Carolina –le dijo.

La niña se sentó a la derecha de Nicolás, en el único asiento que quedaba libre. Puso sus manos sobre el regazo y se quedó mirando el pupitre, mientras todos los demás la miraban a ella fijamente . La maestra volvió al frente y dijo:

–Bueno, niños, saquen sus cuadernos y ábranlos en la lección que empezamos ayer.

Nicolás miró la hoja del cuaderno en la que había dibujado los números del uno al diez en colores. Pero, de reojo, seguía observando a su nueva vecina, cuyo cuaderno estaba en blanco.

–Nicolás –dijo la maestra–, muéstrale tu cuaderno a Malena, por favor, para que vea lo que estamos haciendo.

Nicolás levantó su cuaderno y se lo mostró desde su lugar. Ella estiró la mano y tomó el cuaderno sin mirar a Nicolás. Durante unos instantes observó con atención la página dibujada y, moviendo la cabeza afirmativamente, se lo volvió a pasar.

–Muy bien –dijo la Señorita Constanza–, ahora veremos cómo se escribe el doce.

En ese momento entró Guillermo y se dirigió bostezando hacia su pupitre. La Señorita Constanza no lo vio porque estaba dibujando un hermoso "12" en el pizarrón con tiza verde y amarrilla. Siempre contaba un cuento acerca de cada número y los niños estaban curiosos por saber cuál era la historia del doce.

–Buenos días, Guillermo –dijo la maestra al volverse de nuevo hacia los niños.

–Buenos días –murmuró Guille.

–Quiero hablar contigo durante el recreo– agregó la Señorita Constanza, y todos se dieron cuenta de que Guille hoy no iba a tener recreo por haber llegado tarde otra vez.

Cuando sonó la campana, todos salieron corriendo al patio, menos Malena, que se quedó sentada, y Guille, que tenía que quedarse con la maestra. Mientras salía del aula, Nicolás alcanzó a oír a la maestra decir:

–Ve al patio para el recreo ahora, Malena.

Afuera los niños jugaban y corrían y se subían al tobogán y gritaban y reían. Malena se quedó parada en la puerta del aula mirando, sin decir nada, con expresión todavía muy seria.

Entonces se le acercó Pedro y le dijo con sorna: –Eh, niña, ¿sabes decir algo en castellano o sólo hablas chino?

Algunos otros chicos la rodearon y empezaron a gritar:

–¡La china habla chino, la china habla chino! –mientras le bailaban alrededor.

Nicolás no se detuvo a pensar en lo que iba a hacer, simplemente lo hizo, a pesar de que le tenía miedo a Pedro: lo apartó de un empujón y tomó de la mano a Malena, como si fuera su hermanita.

–Ven conmigo –le dijo–. Te voy a mostrar a qué se puede jugar aquí en el patio durante el recreo.

–¿Qué, vas a jugar con las nenas? ¡Ja, ja! –se burló Pedro.

–Cállate, energúmeno, no la molestes más o yo te voy a molestar el doble –le contestó Nicolás en voz baja pero firme.

Pedro se sorprendió tanto que no atinó a decir nada. Nicolás llevó a Malena al otro lado del patio y le mostró todos los juegos que había. Subieron al tobogán y se tiraron juntos. Enseguida dos de las niñas del grado se acercaron a Malena y lse pusieron a preguntarle cómo era Brasil y otras cosas. Resultaba un poco difícil entenderla, porque todavía hablaba más portugués que castellano, pero nadie se volvió a reír de ella. Cuando las nenas empezaron a jugar con Malena, Nicolás regresó con sus amigos, porque no quería hacerse fama de jugar con nenas.

Al terminar el recreo y antes de volver al grado, Malena se acercó a Nicolás y le dijo: –Obrigada. –Nicolás nunca había oído esa palabra antes, pero supo que quería decir gracias.

Poco tiempo después, Malena le pasó una nota a Nicolás invitándolo a su casa. Estaba escrita en español (como lo había predicho la maestra, Malena lo había aprendido muy rápido). Tenía una casa grande, con piscina, y sus padres recibieron a Nicolás con gran cordialidad. La mamá sabía lo ocurrido el primer día de escuela y le agradeció por haber defendido a su hija. A Nicolás le resultaba difícil entenderla porque ella no había aprendido castellano tan bien como Malena.

Después del almuerzo, se quedaron un rato jugando en la galería, esperando a que el sol no estuviera tan fuerte, para poder ir a la piscina.

–¿Tienes hermanos? –preguntó Malena.

–No –le contestó Nicolás–, soy hijo único.

–Bom, yo voy a ser tu hermanita entonces. ¿Puede ser? –dijo Malena y le sonrió.

–Y... sí, si tú quieres –contestó Nicolás ruborizándose.

El papá de Malena, que estaba escuchando y hablaba castellano bastante bien, aunque con acento portugués, les dijo:

–¿Saben una cosa, niños? –Los dos lo miraron: Malena con sus grandes ojos negros; Nicolás con los suyos verdes, no tan grandes, pero siempre alertas–. Es casi mejor tener hermanitos elegidos que naturales.

Los niños sonrieron un poco cohibidos. Se sentían felices y coincidían con el papá de Malena, pero no sabían qué decir.

Malena rompió el hielo a su manera:

–¡El último en tirarse al agua es cola de perro! –exclamó de pronto y salió como un rayo hacia la piscina.

–¡No vale! –le gritó Nicolás, saltando al agua detrás de ella.

* * *

Desde aquel día, Nicolás ya no se siente más solo, pues tiene una hermana elegida con quien jugar y a quien defender cuando es necesario. Malena también está feliz, no sólo por tener un hermano elegido, sino también por poder ayudarlo con los deberes, puesto que, desde que aprendió bien el castellano, se ha convertido en una alumna sobresaliente, mejor aún que Nicolás.


Roberto Fox [Frank Thomas Smith]