“Nosotros somos los afortunados…”

Por Z

Transcrito por Frank Thomas Smith


Cuando nos mudamos con mi familia al campo desde Buenos Aires hace 14 años, vivimos en una casa antigua, edificio central de una estancia en una época. Había cuatro hectáreas y media de tierra que alguna vez había sido de cultivo, pero que se había convertido en lo que mi hijo, de diez años en ese momento, llamaba , con su tendencia a exagerar y mucho romanticismo, una selva. Al cabo de unos días de curiosear por la “selva” junto con su perro, encontró un viejo portaviandas herrumbrado. No tenía cerradura, pero la tapa estaba firmemente atascada por la herrumbre, así que me lo trajo para que se lo abriera, y así lo hice con ayuda de un cincel y un martillo. En vez de una pata de pollo podrida, encontramos un…¿cómo debería llamarlo? Un ensayo, o simplemente un manuscrito inconcluso. Decía lo siguiente.

Éramos cuatro o cinco hombres, todos más o menos de la misma edad, cuarenta y pico, salvo el Dr. Bernard Lievegoed, que entonces andaba por los sesenta y cinco, y Lex Bos, siete años mayor que yo. Éramos de diferentes nacionalidades –recuerdo a un suizo que vivía den San Pablo, Brasil, un alemán que vivía en Johannesburgo, Sudáfrica. Los demás eran europeos, si mal no recuerdo. Y yo, un argentino a punto de escapar de mi propio país a España. Lievegoed y Bos eran holandeses y estábamos en la ciudad holandesa de Zeist, en la sede central del NPI – el Instituto Pedagógico de los Países Bajos.

A pesar de su nombre, el NPI era –y aún es –una firma consultora. Bernard Lievegoed, médico, psiquiatra y profesor universitario, había sido su fundador. En esa época, 1974, se llamaba NPI International, porque su propósito era expandir sus redes por todo el mundo. En realidad, eso era lo que estábamos haciendo allí. Lievegoed dio una especie de charla introductoria. Comenzó diciendo: “Nosotros somos los afortunados…”

No puedo decir que yo había sido “reclutado” por Lex Bos, puesto que andar a la búsqueda de potenciales colegas no es lo mismo. Además, es más probable que yo le haya preguntado sobre la posibilidad de incorporarme al NPI y no que él me haya invitado a hacerlo. En ese momento yo tenía lo que muchos consideraban un buen empleo –como investigador para IATA, la Asociación Internacional del Transporte Aéreo, de la que era representante en la Argentina. Pero estaba justo en esa edad en que los hombres compran su primera motocicleta y cambian de esposa. Por otra parte, la Argentina estaba sufriendo el terrorismo de grupos revolucionarios de izquierda, en particular del Ejército Revolucionario del Pueblo, que se especializaban en secuestrar ejecutivos. Mis colegas, los gerentes de las líneas aéreas, habían trasladado sus oficinas al otro lado del Río de la Plata, a Montevideo, en Uruguay. Y es que la posibilidad de ser secuestrado por un rescate o como gesto político era bien real. Yo sentía que el trabajo que estaba haciendo no valía ese riesgo. Pero algo más influenció mi decisión; a decir verdad, fue la razón principal: la antroposofía.

La primera vez que había oído sobre esta disciplina fue cuando estaba estudiando en Alemania. Los tíos de mi futura esposa eran antropósofos y me informaron sobre el tema en el transcurso de varias conversaciones sobre asuntos existenciales. Lo que me interesó fue que incluía la idea de la rencarnación y, sin embargo, filosóficamente era occidental; es decir, su fundador y protagonista principal fue Rudolf Steiner, un filósofo y pensador esotérico austríaco.

Conseguí trabajo en la sucursal de Aerolíneas Argentinas en Alemania sin haber terminado mis estudios de administración de empresas. Al cabo de algunos años, me incluyeron en el programa de formación gerencial y me transfirieron a la casa central en Buenos Aires. Para entonces ya me había casado y tenía un hija de tres años. Conseguimos una casita en las afueras de Buenos Aires, en un lugar llamado Florida, donde había una gran población de inmigrantes alemanes –judíos y nazis incluidos, que aparentemente ahí se llevaban bien. Los nazis nunca admitían haber comulgado con esas ideas, por supuesto. A tres cuadras de nuestra casa estaba la “Rudolf Steiner Schule”. Mi esposa era alemana, de modo que esa era la lengua materna de nuestra hija, y yo por supuesto hablaba alemán por mi estadía en Alemania, así que nos pareció práctico enviar a la niña a esa escuela…sólo al jardín de infantes, pensaba yo, ya que mi intención era mandarla a una escuela primaria inglesa o norteamericana, pues el inglés era, en mi opinión, mucho más importante para su futuro.

Sucedió, sin embargo, que a mi hija le gustó tanto el jardín de infantes, y a mi esposa y a mí nos causó tan buena impresión todo el ambiente de la escuela, que decidimos dejar que continuara allí para la escuela primaria.

Las escuelas Steiner o escuelas Waldorf se basan en la antroposofía, lo que me hizo recordar las conversaciones con la Tía Trude y el Tío Karl en Frankfurt. Pero cuando inquirí sobre la antroposofía en la Steiner Schule de Florida, me remitieron a un sacerdote de la Comunidad de Cristianos –una iglesia cuya teología se basa en las enseñanzas de Rudolf Steiner sobre el cristianismo. Pronto me encontré formando parte de un grupo de estudio donde se analizaban una serie de conferencias de Steiner acerca del “Evangelio de San Lucas” –en alemán, por supuesto. Me impactó. Nací y me crié como católico, pero me había apartado de la iglesia, más que nada por todas las preguntas sin respuesta –esas que se responden diciendo que “es un misterio” –lo cual, por supuesto, no es ninguna respuesta. Steiner las contestó todas, o casi todas. Y no sólo las preguntas referidas a la religión.  

A raíz de una crisis en la Escuela Rudolf Steiner cuando mi hija estaba en segundo grado, un grupo de padres sacamos a nuestros hijos de la escuela y empezamos una nueva escuela, una nueva escuela “Waldorf”, como mejor podíamos. Así pues me fui involucrando más y más –como presidente de la Comisión Directiva y como maestro de inglés –una hora por día, para conservar mi empleo. Me di cuenta de que el sistema educativo Waldorf, basado en la antroposofía, brinda la calidez espiritual y artística que los niños necesitan, a diferencia de lo que se hace en las escuelas comunes. Y funciona, los niños están felices y florecen.

Steiner también escribió un libro sobre “la cuestión social”. Hablaba sobre su época, por supuesto, pero mucho de lo que dice es aplicable hoy: Hacia una Renovación Social. Yo lo leí durante la Guerra Fría, cuando la dualidad capitalismo-comunismo dominaba la escena político-social. He aquí, pensé, una “tercera vía”. Lo que también me impresionó era que el mismo tipo que hablaba tanto sobre el mundo espiritual, la iniciación, la ciencia y la religión, también era versado en política y economía.

Así que cuando Bernard Lievegoed dijo en Holanda: “Nosotros somos los afortunados…” y concluyó la oración agregando “…porque tenemos la antroposofía, y por lo tanto tenemos el deber moral de ayudar a los demás, que no la tienen,” me sentí algo sorprendido de que me incluyera entre los que “tenían” la antroposofía, y me puso a pensar en lo que eso significaba. Todavía sigo pensando y puedo decir por lo menos  lo que no quiso decir: hacer proselitismo. Lievegoed sabía que la antroposofía no es para todos. Después de todo, según Steiner, “la antroposofía es un camino de conocimiento que se propone guiar lo espiritual en el ser humano hacia lo espiritual en el cosmos. Se manifiesta como una necesidad de corazón y del sentimiento. Debe encontrar su justificación en poder satisfacer esta necesidad…”

Para mí esto significaba responder a ciertas preguntas existenciales, como ¿Tiene sentido la vida? (Si no lo tiene, ¿cuál es el objeto? Si lo tiene, ¿cuál es ese sentido?) Creo que Rudolf Steiner respondió estas preguntas. La respuesta a la primera es: ¡Sí! Si se necesitan pruebas, bueno, basta con mirar a nuestro alrededor –a la naturaleza, donde vemos evidencias de inteligencia. La naturaleza es inteligencia, y es muy hermosa, y eficiente, aún con “sangre en garras y colmillos”. Ahora bien, si existe inteligencia en la naturaleza, algún ser o seres inteligentes deben haberla puesto allí. Nada puede tener más lógica. La inteligencia espontánea es tan imposible como la vida espontánea. Los únicos seres inteligentes, y con ello quiero decir seres pensantes, son los humanos. Pero los seres humanos no crean a la naturaleza, nacen en ella. Steiner sostenía que la naturaleza es una sustancia espiritual solidificada, que todo lo que existe en el mundo físico también existe (o pre-existe) en el mundo espiritual bajo una forma espiritual y que seres espirituales son los creadores artísticos de la Tierra y de la naturaleza.

La pregunta central, entonces, es si realmente existe un mundo spiritual que se ocupa de los seres humanos. ¿Podemos suponer que el hombre, un ser pensante –siendo el pensamiento una actividad espiritual y por lo tanto íntimamente relacionada con el mundo espiritual –fue creado para vivir una vida sin sentido?  Bueno, sí, podemos suponerlo. Yo, en cambio, prefiero unirme a Kierkegaard e insistir –aunque sólo sea ante mí mismo –sobre lo absurdo de la vida humana sin sentido.

La siguiente pregunta que se nos presenta es: ¿Cuál es ese sentido?

Sabemos que la vida es muchas veces cruel e injusta. ¡Pero no siempre! También puede ser dulce y hermosa, con dejos de amor. Steiner sostenía que vivimos en un planeta, la Tierra, de amor. Es decir, la misión de la Tierra es llegar a ser un planeta de amor. Obviamente eso llevará mucho tiempo, y el resultado no está garantizado. Se requiere desarrollo –o, si se prefiere, evolución –de la conciencia y del conocimiento. Y, sobre todo, libertad. El amor no es posible sin la libertad. De modo que la razón, el sentido de la vida, es desarrollar el amor y la libertad a pesar de todos los obstáculos materiales y espirituales.

Si nos hemos convencido de que la vida tiene sentido y que hay detrás una inteligencia espiritual, ¿cómo nos explicamos entonces las injusticias a menudo horrorosas  que ocurren diariamente en el mundo, a veces por causas naturales, pero con mayor frecuencia por la depravación humana? La única explicación es la reencarnación. Un niño muerto y/o torturado difícilmente puede ser el producto final de una inteligencia y de una justicia espirituales. No, el niño debe estar en un proceso, con oportunidad de vivir y evolucionar –¡a pesar de la muerte! Eso es algo que muchas veces sólo puede ocurrir en una futura encarnación en la Tierra.  El Iván de Dostoyevsky en Los hermanos Karamazov, no mata a Dios, como Nietzsche, es decir, no lo considera muerto o no existente, sino que lo rechaza por permitir el sufrimiento de los niños. Iván no tuvo en cuenta la reencarnación cuando condenaba a Dios y a su santo monje ruso.                                              

Si hay reencarnación, también debe haber karma –la retribución por el sufrimiento que hemos causado, y la compensación por el sufrimiento padecido, pero no necesariamente durante la misma vida.

Luego está también el “karma egoísta” –que ofrece razones prácticas para ayudar a los pobres y salvar el planeta. La India (por ejemplo) tiene actualmente mil doscientos millones de habitantes, la mayoría pobres. Y otras regiones del mundo, incluida América Latina, son también mayoritariamente pobres. Mientras tales multitudes permanezcan pobres, existe mucha más probabilidad de que cada uno de nosotros seamos pobres en futuras encarnaciones. O que tengamos que vivir en un planeta contaminado. Incluso existe la posibilidad de que no haya planeta donde encarnarse. Fin del juego…?

El manuscrito termina aquí. No sé por qué fue escondido en un portaviandas y abandonado en el valle de Traslasierra, tan lejos de Buenos Aires. No lleva firma, por lo que ni siquiera sé quién lo escribió –en letra cursiva, dicho sea de paso. Así que lo llamo simplemente “Z”. Después de transcribirlo, me puse yo mismo a investigar la antroposofía, aunque más no fuera porque Z tenía tanto entusiasmo al respecto. Me pareció muy interesante y hasta le he dedicado una sección en Southern Cross Review. Z estaría contento con eso, estoy seguro.

FTS