Frank siempre tiene razón.

Ahora que mi amigo Frank Thomas Smith ha escrito sus memorias, o su autobiografía espiritual, como él la llama, o la biografía de sus decisiones; me pregunto si sabrá cuántas decisiones ha tomado sin darse cuenta que con ellas ha cambiado la vida de muchos de nosotros, los que pasamos cerca de él. No he estado tanto tiempo ni he tenido todas las charlas con él como me hubiese gustado; la vida es así. Siempre estamos detrás de obligaciones y urgencias que no nos dejan hacer lo importante. Pero he estado lo suficiente para jugar largos partidos de ajedrez en el transcurso de cuatro lustras, donde hemos tenido un paridad que ha permitido que a ambos nos gustase jugar contra el otro. Pero el ajedrez era para mí una excusa para poder visitarlo. Ahora que estoy lejos, geográficamente hablando, quisiera tener una nueva partida.

Lo conocí en la escuela El Trigal, que es el fruto de muchos esfuerzos, pero que es escuela Waldorf gracias él. Fue su ímpetu y sus convicciones quienes dieron identidad a esa escuela. Mis dos hija fueron allí y yo me convertí en profesor. Los años en que Frank estuvo en la Comisión Directiva de la escuela llevaba el timón del barco. Podría decirse que esos fueron los mejores años de la institución, los años dorados. Luego, cuando se fue, alegando edad y cansancio, me tocó en varios períodos tomar el timón a mí. Creo que lo hice bastante bien. No fueron años dorados, pero sí años de expansión, hasta que los marineros perdieron la brújula y el astrolabio. 

Con Frank empecé mi primer grupo de Antroposofía. Estudiamos el Evangelio según San Lucas de Rudolf Steiner. Yo era un joven profesor de Historia y de Teología de la Historia, y él un viejo Antropósofo. Allí se cruzaron nuestros destinos para siempre. Las genealogías de Mateo y Lucas, sus aparentes contradicciones, el Jesús de Belén, el Jesús de Nazareth… Era como encontrar un libro perdido debajo de la almohada. Fue mi decisión. Pero Frank me puso en la disyuntiva. El nuevo mundo o el viejo mundo. Allí entré en el universo de Steiner. 

Recuerdo que una vez debatimos sobre un tema bíblico. Era sobre Abraham. No recuerdo exactamente cuál era el tema, pero le dije que tenía razón (lo cual era cierto). Su respuesta, en cambio, la recuerdo bien: Nunca es demasiado tarde para darme la razón. 

Al pasar los años he escuchado muchas veces sus ideas y pensamientos, desde los años que fumaba pipa al estilo C.G. Jung hasta los años de ostracismo de traductor de Judith Von Halle; desde los años en que algunos decían que era un agente inglés o un espía de la CIA (la conspiranoia vivió en Traslasierra siempre, quizás fruto del ocio desmedido de ciertos habitantes que migraron de la ciudad al monte, con exceso de recursos como para pensar mucho y hacer poco), hasta en los años en que parecía un Gandalf o un Dumbledore. Siempre dio sentencias precisas: Sobre la Sociedad Antroposófica, sobre el Goetheanum, sobre la Pedagogía Waldorf, sobre política. Incluso sobre personas cercanas, o de situaciones concretas. Su pragmatismo es arrollador, pero no es materialista. Muchas veces, contra mi voluntad (y en soledad) me tuve que decir a mí mismo: Así es, sobre este o aquel tema es como dijo Frank, tiene razón.

No hace falta decir mucho más. Cuando a veces discuto con alguien me dan ganas de decir como dice Frank, cuando un interlocutor expresa algo descabellado: Pero, por favor queruidou ¿estás pensando lo que dices? Claro que, en los tiempos que corren todo el mundo cree tener la razón y esa fórmula mágica solo le funciona a él, que es medio druida y medio filósofo. Además, porque le guste a quien le guste, y no le guste a quien no le guste, Frank (casi) siempre tiene razón.

Hernán Melana – Mayo de 2024

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