Frank Smith fue mi maestro de inglés en el colegio que se formó allá por el año 1968 en la calle Ituzaingó 368, San Isidro, Buenos Aires. Hoy en día esa dirección no existe, pasó a formar parte de los juzgados.
Recuerdo que él tenía una forma muy particular de hablar, arrastrando las erres y cambiando los artículos de los sustantivos. Esto a mí me fascinaba, porque era como una especie de rebeldía a las reglas gramaticales. Yo desde chica pensaba que al idioma lo habían hecho más complicado de lo que tendría que ser. Sino ¿Por qué la vaca y el toro? Siendo que podría ser “la vaca y el vaco”. O si preferían “el toro y la tora”. Lo mismo pasaba con el sapo y otros animales. Pero el maestro se saltaba estas reglas.
De él aprendí varias cosas, pero la verdad es que no mucho inglés. Algo de pronunciación, porque cantábamos, pero yo ni sabía qué decía. Pero tengo que decir que ahora entiendo inglés bastante bien.
Por ejemplo, con él aprendí que las gallinas no tienen cuatro patas sino dos.
Un día, nos había mandado como tarea dibujar varias gallinas, no recuerdo cuántas, pero alrededor de siete. Y yo las dibujé con cuatro patas cada una, lo normal para mí.
En la próxima clase, yo muy orgullosa de mi trabajo, abro mi cuaderno mostrando el dibujo, me sentaba en la primera fila, justo enfrente al pizarrón (y al lado de Bibi, la hija del maestro y mi amiga).
Se acerca Frank y comienza a reír a carcajadas, como si se quedara sin aire y cuando pudo decir palabra me pregunta:
- Claoudia, ¿cuántas patas tienen las gallinas?
Yo, muy seria, lo miro y le contesto: "Cuatro".
Mas carcajadas del maestro, y luego dice: - "¡Es que tienen dos patas!"
Yo miro el dibujo y comento:
"¡Con razón no me quedaba lugar para dibujar tantas patas!" (las había dibujado como un abanico abierto).
Y como yo no tenía ganas de repetir todo el dibujo, Frank me dijo que podía arreglarlo tapándole dos patas a cada gallina dibujando pasto a su alrededor.
Al escribir esto yo también me rio, pero más que nada recordando la risa del maestro. Tanto él como su hija Bibi tenían una risa tan franca que era música para el espíritu.
Él también me enseñó que un maestro, un hombre, podía llorar en público y demostrar sus emociones.
El día 4 de abril del año 1968 fue asesinado Martin Luther King, y Frank llegó al aula con los ojos enrojecidos, no dijo nada y comenzó a escribir el nombre de Martin Luther King en el pizarrón, mientras lloraba desconsoladamente en silencio. Yo lo veía escribir de espaldas a nosotros, con sus renglones inclinados hacia abajo. Y contó que había muerto una gran persona. Me impactó verlo llorar tan angustiado, y consideré que Martin Luther King habría sido realmente una gran persona para causar tanta tristeza en mi maestro.
Ese día no tuvimos clases.
De Frank también aprendí que si te lastimabas cortándote (específicamente al afeitarte), podías ponerte pedacitos de papel higiénico para que no sangrara más. Al parecer la habilidad del manejo con la maquinita de afeitar, no era el fuerte del maestro de inglés. Muchas veces aparecía con su cara hecha un “collage” con pedacitos de papel blanco y me resultaba una imagen muy divertida.
Frank sabía tocar alguna canción en el piano que había en el colegio, mientras nosotros los alumnos cantábamos. Realmente yo no sabía qué estaba diciendo, pero repetía lo que me indicaban, y me imaginaba que esa era una imagen de película.
El maestro a veces perdía la paciencia y le gritaba a algún compañero, pero a mí nunca me gritó. Y la verdad es que no sé realmente que causaba su pérdida de paciencia, seguramente porque yo estaría en mi mundo de fantasía, distraída (cosa que me ocurría muy seguido).
Cuando yo tenía unos diez años, mi padre estuvo muy enfermo y no podía trabajar. En casa me informaron que ya no podría ir al colegio Waldorf porque no lo podían seguir pagando. Mi madre fue a comunicar esto al colegio. Luego me contó que el señor Frank había dicho que: “El colegio necesita más la presencia de Claudia, que el dinero que representa la cuota”.
Escuchar que el maestro había dicho esto, me hizo sentir que yo podía ser una persona valiosa. Y esto me ayudó mucho.
Así fue como seguí asistiendo a clases como becada, no sé durante cuánto tiempo.
Muchos años más tarde en al año 1985, cuando viajé a Alemania con la idea de hacer una formación como maestra Waldorf, Frank también me ayudó. De casualidad conseguí poner una nota en un sobre que estaba dirigido a él cuando vivía en Suiza. Él se contactó con conocidos suyos para que mi esposo Francisco y yo pudiésemos obtener un trabajo como estudiantes en el seminario de Stuttgart.
De todas formas, al poco tiempo volvimos a Argentina porque mi padre fue diagnosticado con una enfermedad terminal.
Un momento muy difícil para mí en todo sentido…
Pero allí estaba Frank otra vez. Nos dio trabajo a Francisco y a mí, cosa que todavía recordamos con agradecimiento.
Hoy en día, mi ex maestro de inglés es una persona muy reconocida en el ambiente antroposófico. Y es un orgullo para mí haber sido su alumna.
Espero que me recuerdes Frank.