La chica del sombrero con volado

por Frank Thomas Smith

Traducci�n: Mar�a Teresa Guti�rrez

Mis infrecuentes viajes a los Estados Unidos, por cuestiones de familia o de negocios, no ten�an casi nunca nada de especial. Pero los dos �ltimos fueron los viajes m�s especiales de mi vida. El primero comenz� con una traves�a de cuatro horas en �mnibus desde mi casa en un remoto rinc�n de la Argentina hasta la ciudad de C�rdoba, donde entr� a una agencia de viajes unos minutos despu�s de las tres de la tarde y me dirig� al escritorio de Luciano. �l se puso de pie, sonri� autom�ticamente y me extendi� la mano. Ni bien se la estrech� la sonrisa desapareci� de su cara con tanta rapidez como hab�a aparecido, mientras me dec�a:

--�Viaja hoy...o ma�ana? --y yo supe que algo andaba mal.

--Hoy, por supuesto. Me mir�, su sorpresa era evidente, y se encogi� de hombros.

--Correcto, no hay problema. Por alguna raz�n pens� que era ma�ana.

Parte de mi trabajo como consultor de cooperativas agr�colas consiste en analizar los malentendidos. �Saben cu�l es el problema? La gente no escucha. Luciano se sent� y empez� a teclear en su computadora. Yo me sent� enfrente y mir� el calendario que ten�a sobre el escritorio: Viernes 8 de enero. Estaba a punto de decir "Eh, Luciano, tendr�as que tener el calendario al d�a, entonces sabr�as cu�ndo viajan tus clientes", pero en lugar de hacerlo abr� el diario que hab�a comprado en un kiosco frente a la agencia justo antes de entrar, y mir� la fecha: Viernes 8 de enero. Sent� que la cara se me pon�a roja y me alegr� de que Luciano estuviera ocupado cambiando mi reserva y no pudiera notar mi bochorno. Hab�a partido de casa un d�a antes. No representaba gran diferencia para lo que ten�a que hacer en Florida, salvo que quer�a salir el s�bado y llegar el domingo a la ma�ana para descansar un d�a y ponerme en acci�n el lunes. Ahora tendr�a que ocuparme tambi�n del s�bado. Pero bueno, era la primera vez que me suced�a algo as�. Soy capaz de dejar mis anteojos en el lugar equivocado de vez en cuando, pero �equivocarme un d�a entero!

--Espere un minutito, Sr. Frank. Voy a la compa��a a�rea a cambiar el pasaje.

Fui a un caf� de la cuadra de al lado y ped� un cafecito mientras le�a el diario. Hablaba m�s que nada de la recesi�n econ�mica, el desempleo y las internas partidarias en la Argentina y, naturalmente, la guerra en Iraq. Todos temas deprimentes, pero m�s deprimente para m� era el motivo de mi viaje a Florida: cambiar a mi madre de un geri�trico de asistencia moderada a un centro de mayor asistencia m�dica y lograr que Medicaid se hiciera cargo de la cuenta. Regres� a la agencia de viajes y encontr� a Luciano escuchando las tribulaciones de otro pasajero. Me entreg� el pasaje en un sobre de pl�stico y lo inspeccion� con cuidado.

--Todo est� en orden, Sr. Frank --me asegur� Luciano--. Todav�a tiene mucho tiempo para llegar al aeropuerto.

--�Me reservaste un auto?

--S�, por supuesto, Interamericano. Que tenga buen viaje. --Luciano se escabulli� hacia su cliente y fij� la vista en el monitor--. Eh, Julieta, --le dijo a la muchacha del escritorio de al lado-- �cu�l es el c�digo de Santiago de Chile?

--Y yo qu� s�. Busc�lo.

--SCL --dije yo, me temo que con suficiencia, mientras recog�a mi bolso y me dirig�a hacia la puerta, y todos se dieron vuelta a mirarme.

El corto vuelo hasta Buenos Aires lleg� a horario y sin contratiempos. Pas� una hora de las tres horas de espera hasta la salida de mi pr�ximo vuelo leyendo el libro de Carson McCuller "El coraz�n es un cazador solitario". Lo hab�a elegido porque era peque�o y liviano --no en cuanto a contenido sino a peso. Compr� tabaco para pipa en el "freeshop" y recorr� el hall de tr�nsito observando a los pasajeros que sub�an en Buenos Aires a medida que iban entrando. La consabida mezcla de turistas nerviosos listos para ir a Disney World y hombres de negocios con aire de esperar una reuni�n importante inmediatamente despu�s del decolaje. V� a la muchacha del sobrero con volado un ratito antes de que se anunciara la partida del vuelo. Alta y muy delgada. Joven, demasiado joven para tipos como yo, a menos que se tome en serio las pel�culas de Sean Connery. El sombrero le cubr�a la parte superior derecha del rostro. Llevaba una falda azul hasta los tobillos con un tajo atr�s hasta las rodillas, y una casaca arrugada de lino color crema y sandalias sin taco. Los pies desnudos no son muy apropiados para un viaje a�reo. Tuve que sonreir al darme cuenta de que me estaba preocupando por eso. A menudo se ve turistas con poca ropa que piensan que porque van a un lugar c�lido, tambi�n har� calor a once mil quinientos metros de altura y llegan a destino estornudando. Pero, a m� �qu� me interesa? Tal vez porque parec�a tan fr�gil. La idea de acercarme y decirle que se pusiera medias era rid�cula. Hac�a mucho que hab�a aprendido que los consejos no solicitados son casi siempre mal recibidos. Adem�s, �de d�nde iba a sacar medias? Yo no le pod�a ofrecer las m�as. La llamada para el vuelo se produjo cuarenta minutos antes de la partida, procedimiento habitual para conseguir meter cientos de pasajeros en un 747 y a�n as� partir a horario.

Met� el libro en mi bolso de mano y me puse de pie cuando llamaron a abordar el avi�n a los pasajeros con asientos en las filas 32 a 43. La muchacha, que hab�a permanecido de pie todo el tiempo, se sent� de pronto y sac� de su bolso un par de medias de lana grises. Se quit� las sandalias y se puso las medias. Yo sonre� y asent� con la cabeza: Esa es mi nena.

Ten�a un asiento sobre el pasillo para no tener que pasar por sobre otras personas para ir al ba�o o a estirar las piernas. La ventanilla es preferible si hay algo para ver, pero sal�amos a las once de la noche y lleg�bamos a las seis y media de la ma�ana. Cuando llegu� a la fila 33, ah� estaba ella, en el asiento de la ventanilla. Yo no creo en las coincidencias, lo que no significa que cada vez que uno se sienta al lado de alguien en un �mnibus o en un avi�n sea parte de su karma, pero esta vez yo ya la hab�a estado observando en el aeropuerto y me hab�a estado preocupando por sus pies fr�os. Quiero decir, �cu�les eran las probabilidades? Bastante remotas.

-- Hola --dije mientras pon�a mi bolso de mano debajo del as

iento. Ella sonri� y me salud� con la cabeza al tiempo que se sacaba el sombrero, lo doblaba y lo met�a en el bolsillo del asiento de adelante. El pelo negro azabache le combinaba muy bien con los ojos verdes. Se dio vuelta y mir� por la ventanilla las luces de la pista, que pronto se convirtieron en estrellitas. Yo abr� "El coraz�n es un cazador solitario" y le� tres veces el mismo p�rrafo antes de abandonar el intento.

--�Pollo o pasta? --farfull� la azafata con una falta de entusiasmo compartida plenamente por los pasajeros. Mis o�dos estaban a�n tapados as� que no o� la primera palabra y dije--: �Pasta o qu�?

--Pollo --me repiti�.

--Pasta --dije con tono resignado.

Mi compa�era pidi� pollo y, dirigi�ndose a m�, dijo: --It's chicken.

Me d� cuenta de que pensaba que yo no hab�a entendido, con mi evidente facha de gringo, as� que le dije en espa�ol: --Gracias por la ayuda, pero s�lo era que ten�a los o�dos tapados.

Ella se sonroj� y asinti� con la cabeza.

Yo ped� vino tinto y agua y ella s�lo agua. Comimos en silencio hasta que decid� que ya era hora de romper un poco m�s el hielo.

--Esta pasta no tiene gusto a nada. �C�mo est� el pollo?

--Tiene gusto a pasta. --Los dos nos re�mos.

--Pero el vino no tiene gusto a agua --dije--. �Quiere un poquito?

--Bueno, un traguito solamente --dijo, extendiendo su vaso de pl�stico. Me inclin� sobre el asiento vac�o y le serv� varios traguitos.

--�Es de Buenos Aires? --le pregunt�.

--No, de Santiago de Chile. �Conoce?

Otra "coincidencia" --S�, he estado all� varias veces. Las mujeres chilenas son las m�s hermosas del mundo, o por lo menos eso es lo que me han dicho.

--Eso es lo que le han dicho --dijo con una sonrisa de oreja a oreja--. �Y usted no tiene una opini�n propia?

--Oh, s�, yo coincido plenamente.

--Gracias, en nombre de las mujeres chilenas...y usted es norteamericano.

--�Se nota tanto?

--V� su pasaporte --confes� mientras trataba de cortar el pollo con el cuchillo de pl�stico-- cuando estaba en el "freeshop".

Eso hab�a sido antes de que yo me fijara en ella. As� que ten�a inter�s. �Qu� me dices?

--�Usted vive en Florida? --me pregunt�.

--No, en C�rdoba. No tan lejos de Chile en realidad. �Conoce por ah�?

--Solamente desde el aire. Queda en la pampa �no?

--Una parte, s�. Pero yo vivo en la zona monta�osa.

--Ah, debe ser lindo...

Y as� continuamos hasta que anunciaron que la pel�cula iba a ser "Tienes un e-mail".

--�Tiene Internet? --le pregunt�.

Ella asinti� con la cabeza y dijo: --O� que la pel�cula es buena, pero se me cierran los ojos de sue�o.

Me agach� y busqu� anotador y lapicera en mi bolso de mano.

--D�me su direcci�n de e-mail y yo le doy la m�a. --Me pas� al asiento del medio, escrib� mi direcci�n en una hoja, la arranqu� y se la d� junto con el anotador--. S� nos perdemos la pel�cula, lo cual parece bastante probable, cualquiera de los dos que la vea primero se la contar� al otro. Hay que reconocer que era una excusa poco convincente para sentarme m�s cerca y averiguar su nombre. Adem�s, ya hab�a visto la pel�cula dos veces. Ella ley� mi nombre y direcci�n de e-mail, titube� un momento y luego escribi� los suyos en el anotador.

--�Sabe una cosa, Mireya? --me apresur� a decir porque los ojos ya se le estaban cerrando--. Tal vez tenga el fin de semana libre y vaya a la playa. Quiz�s usted querr�a acompa�arme.

Me mir� a los ojos como preguntando qui�n era yo y qu� deb�a contestar. Me deber�a haber sorprendido pero no fue as� cuando me respondi� que le gustar�a.

--Voy a parar en lo de unos amigos en Ft. Lauderdale --dijo en voz tan baja que tuve que acercarme m�s para poder o�rla, y escribi� un n�mero de tel�fono en el anotador--. Quiz�s me podr�a llamar cuando lo sepa --agreg�.

--S�, eso har�.

--�A qu� playa va? --me pregunt�--. Espero que no a Ft. Lauderdale o West Palm Beach. No me gustan.

--Que bien, a m� tampoco --me re�--. Prefiero Singer Island. �Conoce?

--O� hablar, pero nunca estuve.

--Est� al norte de West Palm, y es bastante m�s barato.

Asinti� con la cabeza y bostez� mientras la pel�cula comenzaba a titilar en la pantalla. Miramos un rato sin sonido. Ella levant� las piernas y las apoy� contra el respaldo del asiento de adelante. Luego su cabeza comenz� a deslizarse lentamente hasta apoyarse en mi hombro y percib� su tenue perfume. Cerr� los ojos y me dorm�.

El vuelo dura s�lo siete horas y media, as� que entre alcanzar la altitud de crucero y comer, y con las sacudidas y ruidos del avi�n, es imposible dormir m�s de unas pocas horas. En mi caso menos a�n ya que estaba preocupado por no mover su cabeza apoyada en mi hombro (�se acuerdan de la canci�n?). A la ma�ana siguiente estaba p�lida y parec�a a�n m�s delgada mientras camin�bamos por la manga. Nos separamos al llegar a los mostradores de migraci�n. Le promet� llamarla el viernes a la tarde y le d� un beso en la mejilla. Los ojos verdes parec�an enormes en su rostro p�lido. Me d� vuelta y pas� como por un tubo por el mostrador para ciudadanos norteamericanos, mientras ella esperaba con los seres inferiores.

Fue una semana tan ajetreada que no tuve tiempo de darme cuenta de lo que estaba haciendo hasta el �ltimo momento cuando me desped� de mi madre --quiz�s por �ltima vez. Estaba sentada en una silla en la habitaci�n que iba a compartir con otra interna.

--�Tienes que irte ya? --me pregunt�. No ten�a que irme, en realidad, pero estaba agotado de correr de las oficinas de Medicaid a los bancos, al geri�trico donde mi madre estaba antes, a la agencia de bienes ra�ces y los nuevos geri�tricos posibles. Y el aroma del mar y del tenue perfume de Mireya me arrastraban irresistiblemente lejos del olor rancio a vejez y a orina. Me alej� r�pido, casi corriendo, sorteando las sillas de ruedas hasta el ascensor. Esper� con impaciencia que se cerraran sus lentas puertas y, ya en la planta baja, sal� con �mpetu al d�a soleado y cruc� r�pido el estacionamiento. Puse el aire acondicionado del Honda al m�ximo y arranqu�. Llam� a Mireya desde el motel y le ofrec� buscarla en Ft. Lauderdale a la ma�ana siguiente, s�bado. Pero ella insisti� en que nos encontr�ramos a mitad de camino, que una amiga la llevar�a. As� que le dije que fuera hasta Federal Highway y Glades Road en Boca Raton a las nueve, o m�s temprano si quer�a. Dijo: "Nine is fine". La rima me hizo dar cuenta de que estabamos hablando en ingl�s. Ten�a tanto acento en ingl�s como yo en espa�ol. Com� algo r�pido en un Denny's, mir� un poco de televisi�n y me acost� temprano.

Era una de esas hermosas ma�anas de sol de Florida. Llegu� a la esquina se�alada en Boca Raton cinco minutos antes de la hora fijada y ella ya estaba ah�, esperando sola, vestida de nuevo con una falda larga, pero de un color m�s claro y de una tela m�s liviana que la que ten�a puesta en el avi�n. Una remera azul revelaba que ten�a el pecho bastante chato. Y el mismo sombrero con volado. Hab�a esperado encontrarme con unas piernas largas y bronceadas saliendo de unos shorts, que era lo que todo el mundo ten�a puesto, incluy�ndome a m�. Pero hab�a un bolso de mano en el suelo junto a ella, lo cual era sin lugar a dudas una buena se�al. El coraz�n se me aceler� y le orden� que se aquietara, que probablemente no era m�s que una aventura de una noche con una chica de la mitad de mi edad, y que tendr�a que tener m�s juicio.

Me acerqu� al cord�n de la vereda y me inclin� para abrir la puerta. Ella subi�, se sac� el sombrero y me sonri� con su sonrisa amplia. Sus dientes eran grandes y blancos y su boca, sensual, para m�, por lo menos, pero de alg�n modo a la vez inocente.

--Hi --dijo en ingl�s.

--Hi, �hace mucho que esperabas? --le contest�.

--No, unos cinco minutos. Creo que llegu� temprano.

--S�, yo tambi�n.

Se inclin� hacia m� y me dio un beso en la mejilla. Juro que me quem�.

--Eso es por llegar temprano --dijo y mir� hacia adelante con las manos sobre el regazo y sonriendo levemente.

--Entonces es cierto --le respond�.

--�Qu�?

--Que ser puntual tiene su recompensa.

Tomamos la I 95 hacia el norte. Yo me concentr� en maniobrar a trav�s del tr�nsito de fin de semana y llegar a destino a salvo, as� que no nos dijimos mucho. La radio estaba sintonizada en la NPR y estaban pasando una tanda de m�sica de Gershwin. Mireya mov�a los labios tarareando la letra bajito. Ten�a voz dulce. Me pidi� que bajara el aire acondicionado, aunque ya estaba bajo. A m� tampoco me gusta, pero en Florida es necesario. Dobl� por Blue Heron Drive, cruc� el puente a Singer Island y me detuve en un Days Inn que conozco. Cuando estuvimos en la enorme habitaci�n tama�o Florida, le pregunt� si quer�a ir a nadar un rato antes de que comenzara a hacer demasiado calor.

--Ve t� --me dijo--. Me gustar�a descansar un ratito.

�Descansar? Reci�n eran las diez. Yo hac�a meses que no ve�a el oc�ano y me dieron ganas de ir. �Deber�a cambiarme frente a ella, o en el ba�o? Ella resolvi� el problema meti�ndose al ba�o primero.

El agua estaba transparente y templada. Me zambull�, nad� unas brazadas y comenc� a flotar panza arriba con la cara al sol. Pasa algo raro con ella, pens�. En primer lugar, hoy en d�a ninguna mujer joven en su sano juicio se va a pasar el fin de semana con un total desconocido que podr�a convertirse en Jack el Destripador en cuanto sale la luna... y su ropa...falda larga para viajar cuando todos los de su edad usan jeans o pantalones, el mismo tipo de falda en Florida donde los shorts son furor...y el sombrero con volado.

Me dej� llevar por una ola y regres� al hotel caminando por la arena caliente. La ansiedad que me embargaba no era enteramente sexual; se parec�a m�s a la mezcla de emociones que normalmente se asocia con el amor adolescente. Mene� la cabeza asombrado ante m� mismo. Por costumbre hab�a llevado la llave --es decir, una tarjeta-llave--, as� que abr� la puerta y entr� a la habitaci�n, que estaba ubicada en la planta baja como en un motel. El aire acondicionado estaba apagado y s�lo estaba funcionando el extractor que filtraba aire caliente desde el exterior. Ella estaba tendida desnuda sobre la cama con las piernas abiertas y los ojos cerrados. �Me sorprendi�, a pesar de todo? �Y c�mo no! Era a�n m�s delgada de lo que me hab�a imaginado, con pezones como botoncitos marrones sobre senos peque��simos. Casi un cuerpo de muchacho; pero las curvas femeninas estaban ah�, levemente esbozadas. Cerr� la puerta con llave y cruc� la habitaci�n hasta el ba�o para darme una ducha, tratando sin �xito de no pensar en nada. �Cu�ntos a�os tendr�a? �25?. Bueno, digamos que 27 para no hacerla de menos de la mitad de mi edad. �Qu� tipo de actuaci�n esperaba de un potro cansado en el oto�o de su descontento? Las preguntas giraban en mi cabeza mientras limpiaba el vapor y me miraba al espejo. Bueno, ning�n momento m�s adecuado que el presente para averiguarlo.

Me tend� en la cama junto a ella esperando a medias que se diera vuelta y me encerrara en un abrazo apasionado, o al menos que girara la cabeza y me sonriera, dej�ndome a m� que tomara la iniciativa. Pero no se movi� y me d� cuenta por su respiraci�n que estaba profundamente dormida. �Qu� diablos hago ahora? Uno de mis peores defectos es que cuando no s� qu� hacer generalmente no hago nada. Sin embargo, en esta ocasi�n result� ser lo acertado. Cerr� los ojos y me qued� dormido, lo que no me cost� nada despu�s del mar y del sol.

Me despert� con una cortina de pelo negro cayendo a ambos lados de mi cara y unos l�mpidos ojos verdes clavados en los m�os.

--Qu� hermoso sue�o tienes --susurr�. Empez� a moverse encima m�o y apenas sent�a su peso. Tard� un poco, pero al final una erecci�n se plant� entre sus piernas.

--Vas a ser suave, �no? --me pregunt�--. S� que eres una persona suave.

Asent� con la cabeza lo mejor que se puede teniendo la cabeza sobre la almohada. Por alguna raz�n me fallaban las palabras, ni siquiera pude decir "s�". Levant� los brazos para abrazarla.

--Por favor --me dijo, y me pareci� que hab�a urgencia en su voz--, no me toques la espalda.

�Por qu� no? �Qu� pasar�a si le tocaba la espalda? Me record� a la princesa china que siempre usaba una cinta alrededor del cuello. Cuando el pr�ncipe se la quit� mientras dorm�a, se le cay� la cabeza. Dej� caer mis brazos a los costados como si estuviera sobre una cruz. Ella comenz� a buscar mi pene.

--Mireya...eh...no crees que deber�amos usar alg�n tipo de protecci�n? Le llev� un momento entender lo que quer�a decir, lo suficiente para que mi erecci�n se cayera y --pens�, con leve p�nico-- tal vez no se volviera a levantar.

--Ah, no quiero nada de eso, t� s�...de verdad?

--Bueno...

--�Tienes miedo del sida?

La verdad es que s�, le tengo un miedo mortal al sida. --No, pero...bueno...hoy en d�a... --me sent� peor que un cobarde, me sent� un traidor, un enemigo del amor.

--No tienes por qu� preocuparte --me dijo, sonriendo sin malicia--. No he estado con ning�n hombre desde mi primer novio, y eso fue hace diez a�os. --Puso su cara junto a la m�a y se afloj�--. El per�odo de incubaci�n es menos que eso, �no?

--S� --contest�--, pero �y yo? Quiero decir, t� no me conoces muy bien.

--No te conozco para nada --murmur� en mi o�do--. Y,sin embargo, te conozco perfectamente y desde hace mucho tiempo. No tengo miedo, de verdad.

No supe qu� contestarle, as� que me qued� all� tendido como crucificado.

--Pero hay una cosa --agreg�, levantando la cabeza para mirarme--. No puedo quedarme embarazada.

--Por supuesto. --As� que...as� que quiz�s tengas raz�n. Es decir, ser�a... --busc� la palabra adecuada-- ...injusto. �Injusto para qui�n?, pens� pero dije "No te preocupes", calculando que iba a salir antes de eyacular.

--�Podr�as...podr�as no eyacular? --me pregunt�.

Bueno, eso era bastante diferente, pero asent� con decisi�n. Y, qu� maravilla, mi erecci�n tambi�n estuvo de acuerdo. Fui suave, muy suave, movi�ndome despacito o casi nada. Ella se arque� encima m�o, se estir� hacia el techo y gimi�, luego cay� sobre m� y la cortina negra de su pelo me cubri� la cara. Enseguida volvi� a erguirse, se estir� ahora hacia las estrellas y pareci� alcanzarlas porque su gemido fue m�s como un grito apagado. Despu�s de la tercera vez, yo sab�a que no pod�a aguantar mucho m�s, as� que la acost� suavemente a mi lado y nos quedamos abrazados durante un largo rato. Ella se durmi� unos minutos y yo sent� placer de haberle dado tanto placer.

Era oscuro cuando nos levantamos de la cama. Ninguno de los dos hab�a comido nada desde el desayuno, y no estaba seguro si ella hab�a desayunado siquiera. Cuando estuvimos ba�ados y cambiados, fuimos al restaurant del hotel. Pedimos pez espada y vino blanco, y yo me dispuse a hacerle algunas preguntas. Pero no fue necesario. Ella comenz� a hablar.

--�Te preguntaste por qu� no quise que me tocaras la espalda, Frank?

--La verdad es que s�. Pens� que tal vez fuera una especie de fetiche al rev�s.

Ella no se ri�.

--Tuve una operaci�n, sabes. Y me quedaron unas horribles cicatrices en la espalda. --Se le llenaron los ojos de l�grimas a sus ojos, pero parpade� r�pido varias veces y desaparecieron.

--�Qu� clase de operaci�n?

--Tuve c�ncer de pulm�n.

Eso explicaba muchas cosas, pero no sab�a exactamente c�mo. Tom� un saludable trago de vino y dije:
--Cu�ntame, Mireya.

--Puedes mirarlas --se apresur� a decirme--. Es s�lo que no quer�a que fuese hoy. �Se puede entender...o es una tonter�a?

--S�, por supuesto. Hoy es especial.

Me tom� la mano.

--S�, lo es. Muy especial.

--Est� bien, no necesito verlas --dije, y la verdad era que no ten�a ning�n deseo de hacerlo.

Se tir� el pelo hacia atr�s. --Hace doce a�os que lo tengo, no en los pulmones, all� comenz� hace dos a�os. Me empez� en la pierna. Me lo sacaron y empec� a tomar medicaci�n antropos�fica. �Sabes qu� es? --Mene� la cabeza--. Es como la homeopat�a, pero mejor. Estoy segura de que ha sido eso lo que me ha mantenido viva todo este tiempo.

--�Y ahora est� curado? --le pregunt�. Deseaba que estuviera curado.

--No s�. Por eso estoy aqu�. Hay un cirujano maravilloso aqu�, amigo de mi familia, que me oper� la �ltima vez. No la pierna --se apresur� a aclarar--, tambi�n tuve una operaci�n de pulm�n --y casi sin parar agreg�-- Verdaderamente he tenido mucha suerte. No tienes idea de lo buena que ha sido la gente conmigo.

Yo no dir�a que tener cancer de pulm�n sea exactamente tener suerte, pero no dije nada.

--Y otros amigos me pagaron el viaje. Hace algunos meses me descubrieron - eso fue en Chile, donde tengo un doctor estupendo pero que no es cirujano - �l me descubri� unos peque�os n�dulos en los pulmones, s�lo uno en cada pulm�n.

--Entiendo --dije--. �Y la �ltima vez, es decir, la operaci�n?

--Esa vez fue mucho peor. Me sacaron casi la mitad de cada pulm�n --frunci� el ce�o--. Pero a veces hasta las cosas peque�as son graves.

--S�.

--No han crecido, pero el m�dico quer�a examinarme de todos modos y hacer nuevas radiograf�as y otros ex�menes.

--�As� que eso fue lo que hiciste durante la semana?

--S�, eso fue lo que hice. �Y sabes lo que me dijo el m�dico? --de pronto se ilumin� la cara como a una ni�a feliz--. Dijo que no ve�a necesidad de otra operaci�n, que parec�an insignificantes, y que si no crecen voy a andar bien.

Le estrech� la mano y esta vez fui yo el que parpade�.

--Eso es fant�stico, Mireya.

--�Ahora ves por qu� soy tan feliz? Luego te conoc� a t�, que fue la mayor suerte de todas.

La mesa estaba iluminada s�lo por una vela, de modo que no me vi� sonrojarme, pero debo haber puesto una expresi�n de desconcierto y turbaci�n porque me dijo:
--�No sabes por qu�?

Sacud� la cabeza, es todo lo que pude hacer.

--Porque te amo...y t� me amas a m�, lo siento. �No es as�?

Y entonces me largu� a llorar. Llor� de verdad, l�grimas reales, con la cabeza agachada. Era la primera vez que lloraba en muchos a�os. No soy del tipo emotivo.

--S�, Mireya, es cierto que te amo, pero soy yo el que tengo suerte por eso, no t�.

--Entonces los dos tenemos suerte --me dijo, sonriendo y llev�ndose mi mano a los labios--. Pero te das cuenta ahora por qu� siempre ando con estas faldas largas y este sombrero rid�culo? Me encantar�a usar shorts como todo el mundo aqu�, y correr por la arena y zambullirme desnuda en el mar... pero no puedo. Tengo que cuidarme del sol y casi toda actividad fuerte me cansa. Lo siento, mi amor, debe ser muy aburrido para t�.

--Para nada --le asegur�--. De esa forma puedo ostentar mis m�sculos mejor. T� s�lo te sientas y observas.

--Ya lo hice, y tienes unos m�sculos hermosos.

--Aj�, por fin te agarr� mintiendo.

--No es mentira, es verdad --dijo entre risas--. Lo �nico que no son muy grandes.

--Pero s� hermosos.

--Exactamente --se ri� de nuevo--. Se supone que no tendr�a que tomar vino tampoco --agreg� bebiendo de a sorbitos y mir�ndome por sobre el vaso como una pecadora irremisible--. Y si quedara embarazada realmente no s� qu� har�a.

--Claro, entiendo.

--Sabes, si no estuviera...enferma..nunca habr�a venido aqu� contigo --los ojos le brillaban con destellos azulverdosos a la luz de la vela--. Pero el tiempo est� en mi contra. Algo ha ocurrido en mi interior que no puedo contener, que no quiero contener. Porque no creo que tendr� otra oportunidad de sentir algo as� de nuevo.

En verdad se cansaba con facilidad. Tuve casi que cargarla hasta la habitaci�n, e incluso ayudarla a desvestirse. Se qued� dormida inmediatamente en cuanto puso la cabeza en la almohada. Yo baj� hasta el mar y me qued� observando las estrellas durante largo rato antes de regresar junto a ella. A la ma�ana siguiente se qued� en la cama. Me dijo que estaba bien, que s�lo quer�a descansar en gran forma, darse el gusto. A la tarde fuimos a la playa y ella se qued� sentada bajo una sombrilla en una reposera alquilada, observ�ndome nadar por debajo del ala de su sombrero con volado. Durante el viaje de regreso a Ft. Lauderdale le cont� como hab�a planeado volar a Florida un d�a despu�s y c�mo me hab�a dado cuenta del error cuando ya era demasiado tarde para arreglarlo. Ahora me parec�a que hab�a sido un golpe de suerte, porque si no hubiera perdido un d�a no nos habr�amos encontrado.

--No fue suerte --me dijo Mireya, apoyando la cabeza sobre mi hombro--. Yo tom� ese d�a.

No estaba seguro de qu� quiso decir, y creo que ella tampoco.

A partir de entonces nos comunicamos por e-mail. He conservado su correspondencia porque es tan elocuente y conmovedora. La m�a era ...bueno...era yo. Fui a Santiago por negocios varias veces y pas� los fines de semana con Mireya. La �ltima vez estaba en cama a causa, seg�n ella, de un ataque de debilidad. Ten�a una casita en el jard�n de sus padres: un living que tambi�n serv�a de dormitorio, una kitchenette y un ba�o, todo en miniatura. Dorm� en el suelo junto a su estrecha cama, nada que ver con la habitaci�n del Hilton Carrera que mi cliente me estaba pagando, pero infinitamente m�s placentero. Me cont� que iba a pasar unos meses en la casa de su hermana en el sur de Chile y me pidi� que la visitara all� la semana despu�s de Pascua cuando M�nica, su hermana ten�a pensado ir a Santiago. Pero como M�nica no quer�a dejarla sola, esa ser�a nuestra excusa para mi visita. Me describi� las monta�as con �xtasis y dijo que alg�n d�a le gustar�a vivir all� para siempre. Le dije que s�, que por supuesto ir�a, que no ve�a la hora de ir.

--�Oh, ser� maravilloso! --exclam� y me abraz� tan fuerte que empez� a toser y tuvo que volverse a recostar.

Fue durante esa visita que me hizo escuchar una grabaci�n. Una voz muy dulce cantando lieder.

--�Qu� te parece? --me pregunt� con una sonrisa traviesa.

--Es muy buena --le contest�, y realmente lo era--. Pero ella no es alemana, �no?

Mireya se ri�.

--No, s�lo memoric� la letra.

Mi asombro fue evidente.

--S�, estudi� canto en el conservatorio y los profesores me dec�an que ten�a una carrera brillante por delante. Ya no puedo cantar, por supuesto --sus ojos me dec�an "No te preocupes, lo mismo soy feliz".


Mireya no ten�a acceso a Internet en el sur de Chile, pero la llam� por tel�fono con frecuencia. El lunes despu�s de Pascua, cuando estaba a punto de salir para el aeropuerto, recib� una llamada de la Directora de Salud del geri�trico donde estaba mi madre para informarme que mi madre hab�a muerto mientras dorm�a. No era algo inesperado y, la verdad, me sent� en cierta forma aliviado porque Mam� ya hab�a soportado demasiado el ser una ni�a en el cuerpo incontinente de una anciana. Lo que me preocupaba m�s en ese momento era el inconveniente con la visita a Mireya. Titube� un instante, luego dije que estar�a en el geri�trico temprano el...no, el d�a siguiente era imposible...un d�a m�s, al tercer d�a despu�s de su muerte. Acababa de llamar a Luciano para cambiar mi reserva de Santiago a Miami y estaba por llamar a Mireya para decirle que me iba a demorar, cuando, por un impulso, se me ocurri� ver si ten�a alg�n e-mail. Hab�a un mensaje nuevo, ven�a de Santiago de Chile.

Estimado Don Frank,
Mireya falleci� hoy, domingo de Pascua. Ten�a un tumor en el cerebro que no hab�a sido diagnosticado y que creci� muy r�pido. Hab�a cumplido treinta a�os. Ser� cremada hoy en Santiago.
Con gran dolor,
M�nica

Hab�a elegido un asiento sobre el pasillo como de costumbre, pero no viajaba mucha gente as� que cuando llegu� a mi fila me sent� en el asiento del medio, un viejo truco para evitar que alguien se sentara a mi lado, y cerr� los ojos. Acababa de perder a las dos personas que m�s amaba en el mundo y no quer�a que alg�n locuaz vendedor de zapatos con algunas copas de m�s se sentara a mi lado. Mientras el avi�n se dirig�a hacia la pista, sent� que alguien pasaba por sobre mis rodillas y se acomodaba en el asiento de la ventanilla. Suspir� resignado y estaba a punto de cambiarme al asiento del pasillo cuando alguien lo ocup� tambi�n. Ah� va mi soledad, pens�. Bueno, los voy a ignorar. El avi�n vibr� mientras se elevaba buscando altitud y yo mir� hacia mi derecha. Mireya, todav�a con su sombrero de volado puesto, me sonri� dulcemente y apoy� su cabeza en mi hombro. Yo sent� su suave perfume. La piel se me tens� y sent� la cabeza ardiente. Lo primero que pens� fue que el telegrama hab�a sido un error o una broma s�dica. Sab�a que no pod�a ser as�, pero era lo �nico que pod�a imaginar. Trat� de decirle algo, no recuerdo qu�, probablemente s�lo su nombre, pero ten�a los labios y la garganta resecos y no me sali� ning�n sonido. As� que me qued� all� sentado, casi como en trance, cuando de pronto la persona sentada a mi izquierda puso su mano --una mano vieja de piel manchada-- sobre la m�a y me dio tres palmaditas. Luego cruz� las manos sobre el regazo y mir� hacia adelante. A mi madre nunca le hab�a gustado volar y prefer�a sentarse lo m�s lejos posible de la ventanilla.

Cerr� los ojos de nuevo y pens� qu� suerte ten�a de poder tener junto a m� a las dos mujeres cuyo amor no merec�a en absoluto, por lo menos durante las siguientes siete horas y media.


� Frank Thomas Smith