La Serpiente emplumada de Los Angeles

by Daniel A. Olivas

 

Como buenos Mejicanos, s� que vuestros padres les han ense�ado que si bien Col�n era de Italia, la Corona Espa�ola comision� su viaje al Nuevo Mundo, y as� sus tres barcos navegaron bajo bandera espa�ola. Y poco tiempo despu�s, llegaron los conquistadores espa�oles y misioneros con nombres como Hern�n Cort�s y Fray Bartolom� de las Casas y Alvar Nu�ez Cabeza de Vaca y, como ese hijo de puta de Cromwell hizo con los irlandeses, los espa�oles liberaron al pueblo nativo de sus b�rbaras creencias paganas y les dieron el catolicismo. O por lo menos eso cre�en los conquistadores y los misioneros espa�oles.

Porque, como se dice en espa�ol, "la zorra mudar� los dientes mas no las mientes". As�, aunque los espa�oles prohibieron los antiguos dioses aztecas, y la gente tuvo que celebrarr su culto en las iglesias, se olvidaron de preguntarles a los dioses si se quer�an ir. En otras palabras, porque los espa�oles se olvidaron de sus modales, los viejos dioses aztecas se quedaron por all�, e hicieron todo lo posible para jugar a las travesuras con las vidas de los Mestizos � la nueva gente con cruza de sangre espa�ola e india � as� los mestizos nunca olvidar�an qui�nes eran los verdaderos poderes del lugar.

Lo mismo es v�lido en Irlanda: los antiguos dioses a�n alborotan en la noche, o aparecen en una ma�ana de primavera y hacen travesuras en aquella bella isla verde. Yo lo s� porque cuando era mucho mas joven acampaba por aquella maravillosa isla (me quedaba en Irlanda del Sur porque era demasiado cobarde para enfrentar el tiroteo en el norte) y en mas de una ocasi�n pude ver las travesuras de los viejos dioses Celtas. Peque�as cosas, a veces. Como cuando estaba tomando una cerveza en un pub de Galway en la costa oeste -- un lindo vaso de Guinness -- y observ� la pared encima del tablero de dardos , y vi una pintura. Era un t�pico cuadro de los santos patronos de Irlanda: John Fitzgerald Kennedy, su hermano Robert y el Papa. Bueno, justo cuando estaba mirando el cuadro, admirando su calidad, en un abrir y cerrar de ojos el cuadro cambi�. Ahora, en vez de John Fitzgerald Kennedy, su hermano Robert y el Papa, v�, claro como el d�a a John Fitzgerald Kennedy, su hermano Robert y MUHAMMAD ALI! El m�s grande boxeador que ha subido a un ring! �Flota como una mariposa, pica como una abeja!. Mir� a mi alrededor y nadie m�s estaba mirando y quise gritar �chingada!, pero me qued� all� con el vaso de Guinness en la mano y la boca abierta. Pero all� estaba, tan claro como una ma�ana en Arizona, Muhammad Ali, antes el se�or Cassius Marcellus Clay, con su sonrisita p�cara y mir�ndome con ese destello que sol�a tener en los ojos -- antes de enfermarse y comenzar con los temblores -- t� sabes, cuando aparec�a en el show de Mike Douglas, y lo molestaba bastante a Mike pues parec�a que Mike Douglas no sab�a como comportarse con la gente negra. De todos modos, la transformaci�n m�gica de aquel cuadro en la pared del pub de Galway, fue la obra de un dios pinche Irland�s.

Bueno, los antiguos dioses aztecas eran igual de malos. No, peores �Ay, Dios m�o! No me malentiendan. No van a matar o algo as�. Pero su idea de una broma puede a veces incluir un poco de dolor f�sico o emocional. Y no les importa qui�n ser� su pr�xima v�ctima. As�, cuando vinieron los espa�oles, los viejos dioses se ocultaron y se escondieron durante el d�a, pero cuando oscurec�a volv�an con sus trucos sobre los mestizos y los indios. Aqu� es donde comienza mi historia: el dios azteca m�s enojado era, qui�n si no Quetzalcoatl. El era el m�s grande, exactamente igual que Al�, absolutamente el m�s grande, y �l gobernaba a los aztecas y los toltecas con pu�o de hierro. Su fama continuaba a�n en el siglo veinte cuando D.H. Lawrence -- uno de mis escritores favoritos; tu sabes, �l est� enterrado en Taos, Nueva M�jico -- escribi� una novela y la titul� "Quetzalcoatl", pero sus editores tuvieron miedo de que con un t�tulo tan extra�o el libro no se vendiera y se lo cambiaron por "La serpiente emplumada". Porque eso es lo que Quetzalcoatl es: una serpiente con muchas y bellas plumas alrededor de la cara. El era el dios solar, y como sabes, probablemente el dios m�s grande que las Am�ricas han conocido.

Ahora Quetzi -- como sus amigos lo llamaban, porque, acept�moslo, para los mismos dioses "Quetzacoatl" es mucha palabra -- Quetzi era un hijo de puta gru��n porque, y bien, t� tambi�n lo ser�as si fueras un gran dios y despu�s los espa�oles le dicen a tu gente que adoren a Jesucristo, y lo hacen, pueden creerlo?- lo hacen!. Este Jes�s, bramaba Quetzi -- �l no requiere sacrificios humanos! Diablos, �l se dej� sacrificar �l mismo! Que clase de dios hace esto! Y despu�s, encima de todo, otra gente, gente p�lida, viene y se apodera del territorio que una vez gobernabas!

Ahora, la mayor�a de los dioses aztecas tomaron forma humana, lo mismo que t� har�as si estuvieras en su lugar. Dioses con nombres como Huitzilopochtli, Chalchihuitlicue y Tlacahuepan, se transformaron en Jos�, Mar�a y Hern�n. Observaban a la poblaci�n humana y encontraron los ejemplares m�s atractivos que pudieron. A veces juntaban y encajaban distintas partes -- pero eligieron hombres y damas bien parecidos y se transmutaronn en aquella bella gente. Las caras y piernas y brazos mejor parecidos. �O, Mama m�a! eran los mejicanos mejor parecidos que jam�s hayas visto, con piel tan suave y oscura como pulida cer�mica ind�gena, con cabello renegrido que brillaba al sol! Y, a la noche, bien pasada la medianoche, cambiaban a sus formas habituales y volaban a trav�s de M�xico y jugaban sus tretas malignas sobre los pobres desprevenidos mestizos e indios que cre�an en Jes�s.

Pero Quetzi estaba tan enojado que se fue de Tenochtitl�n -- tu sabes, Ciudad de M�xico- y vag� sin prop�sito por casi trescientos a�os. Finalmente se encamin� al norte hasta que encontr� una choza de una pieza, lejos de su hogar en un lugar que con el tiempo se llamar�a El Pueblo de Nuestra Se�ora la Reina de los Angeles de la Porciuncula, ahora conocida simplemente como "Los Angeles". Ver�s, el ya hab�a sufrido mucho una vez y este �ltimo insulto era demasiado para soportar. Es una historia dolorosa y lamentable pero tienes que saberla para comprender por qu� Quetzi ya no pod�a vivir en su hogar de Tenochtitl�n. Siglos antes de que viniera los espa�oles, el dios Tezcatlipoca se disfraz� de gran ara�a velluda y le ofreci� a Quetzi su primera experiencia con el pulque que, como seguramente sabr�s, es mucho m�s fuerte que el tequila. Ay! Esa porquer�a s� que te emborracha! Y a Quetzi le encant� el efecto que le produc�a el pulque y tom� tanto que, en el calor de la borrachera, se propas� con su hermana, Quetzalpetlatl! �Qu� verg�enza! As� fue como Quetzi se exil� y se mantuvo errante por el pa�s por muchas generaciones.

Pero este asunto de la conquista espa�ola, fue demasiado para digerir para Quetzi. As�, como he dicho, Quetzi dej� Techtitl�n, y eventualmente termin� en el viejo Los Angeles, viviendo en una peque�a choza de adobe. Y, para su disgusto, en vez de elegir un bello cuerpo para transmutarse, Quetzi tom� prestada la apariencia de la primer persona que vio despu�s de que los espa�oles prohibieran la religi�n azteca.

Lamentablemente, la primera persona en la cual se posaron sus ojos era un borrach�n venido a menos, pelado como un mango y con una panza que le colgaba debajo del cintur�n. Pero el enojo lo cegaba tanto que no le import�.

De todas formas, un d�a el pobre Quetzi dej� su choza de adobe para buscar algo para comer. S�, ahora padec�a hambre como todo ser humano. Se encamin� hacia la peque�a choza que pertenec�a a esta mujer, una vieja mestiza que comerciaba con cualquiera que quisiera buena comida mexicana y que tuviera algo que ella quisiera. Pero cuando bajaba en cuatro patas sobre algunas rocas para evitar la ruta m�s larga por el hollado camino de tierra, el est�pido dios azteca se enred� con sus propias piernas y cay� con un PLAF! Justo en los arbustos ralos. Ver�s, este borracho Quetzi ten�a unos enormes pies como Godzilla. As� que era f�cil tropezar s�lo caminando. Pero bueno, Quetzi tropieza y aterriza fuerte y est� atontado y se queda sentado all� unos momentos, tratando de que su cabeza termine de dar vueltas.

De pronto ve a una mujer parada delante de �l. Una hermosa mujer! Y por un momento se derriti� la amargura y el gru��n que lleva adentro, y por un segundo o dos siente una peque�a alegr�a en su coraz�n de roca.

--Quetzacoatl? --pregunta la mujer.

"Maldici�n!" piensa Quetzi, "Esta hermosa mujer conoce mi nombre!"

--Quetzacoatl? -- pregunta la mujer nuevamente, esta vez con urgencia en la voz.

Antes que pueda contestar, la mujer dice, --Te necesitamos. Te necesitamos ahora!

--Quien? --dice Quetzi, masajeandose sus nalgas mientras se pone de pie con la ayuda de la hermosa mujer.

--Nosotros. Los viejos dioses aztecas. Te necesitamos!

Y en ese momento Quetzi reconoce los ojos de la hermosa mujer. El resto del rostro le era desconocido, pero conoc�a los ojos de su hermana, Quetzalpetlatl, la que hab�a deshonrado tantos a�os antes. De pronto sinti� enojo y dijo --Vete al diablo --y sacudi�ndose el polvo tom� por por el camino de tierra. Pero ella lo sigui�.

--Por favor gran Quetzalcoatl! Nuestro modo de vida est� siendo amenazado y necesitamos todo el poder de los viejos tiempos para sobrevivir, para ganar! Por favor no te escapes de m�. --De los ojos de la hermosa mujer vert�an grandes l�grimas mientras corr�a al lado de Quetzi.

De pronto Quetzi se detuvo y se volvi� hacia la hermosa mujer. Su rostro se enrojeci� mientras farfullaba: --�D�nde estaban mis compa�eros y compa�eras cuando vinieron los espa�oles para echarnos? Eh? D�nde?

Quetzalpetatl baj� la mirada, avergonzada: Quetzi continu�: --En ese entonces no lucharon, no? Yo les ped� que lucharen pero ustedes, malditos cobardes s�lo se escondieron y dejaron que Jes�s y Mar�a Y Jos� y todos esos pinches de santos nos reemplazaran! Son unos cobardes! D�jenme! �Creen que soy un pendejo? Y con esto, Quetzi comenz� a caminar a paso r�pido levantando polvo y piedras.

Quetzalpetatl pens� un momento y, presa del p�nico, dijo: --Si ganamos, tu nos puedes volver a gobernar a todos! Lo prometo!

Y esto, mis amigos, hizo que Quetzi se detuviera y pensara. Ah, volver a ser el dios m�s grande! Pod�a siquiera recordar como se sent�a? Quetzi mir� hacia el cielo claro de Los Angeles. Sus ojos se centraron en un halc�n que volaba en c�rculos en el horizonte al este.

Quetzalpetatl vio que su hermano consideraba las posibilidades. As�, para aumentar la apuesta agreg�: --Y yo te perdonar�, y ya no tendr�s que sentir verg�enza en tu coraz�n.

�Que felicidad! penso Quetzi. Lo podr� tener todo nuevamente? �Ser� posible? Pero tiene que ser hecho correctamente. Y Quetzi dijo: --Vayamos a conseguir algo de comida, hermana, y a conversar sobre lo que necesitaremos."

As� que fueron a la peque�a choza de la vieja mujer mestiza a buscar algo de comida. La hermana de Quetzi ofreci� a la vieja hermosas piedras y a cambio recibi� dos platos de madera con pollo en salsa mole y una gran pila de tortillas humeantes envueltas en una toalla h�meda. Encontraron un lugar agradable para sentarse bajo un pino enorme para que Quetzi se enterara de lo que estaba ocurriendo.

La hermana de Quetzi le explic� que el dios cristiano del mal, Sat�n, hab�a decidido abrir oficina en varias ciudades y pueblos de las Am�ricas. Sat�n, que era legiones, envi� partes de s� a todos los rincones para sentar las bases de una revoluci�n para desplazar a Jes�s y gobernar la raza Humana. Pero para derrocar a la cristiandad tambi�n ten�a que limpiar el lugar de dioses aztecas. Borrar y cuenta nueva quer�a. Un golpe completo. Y el primer lugar al que ir�a Sat�n era el Pueblo de Nuestra Se�ora la Reina de los Angeles de la Porciuncula. Ver�n, Sat�n ama la iron�a y qu� mejor lugar para comenzar que en un pueblo que lleva el nombre de la madre de Jes�s.

Como les dije, Sat�n es legi�n y envi� a su parte femenina, La Diabla, para organizar la guerra contra los viejos dioses aztecas. La Diabla, seg�n se supo, encontr� una peque�a cueva sobre el oc�ano en Malibu y all� hizo sus planes.

--Bien --dijo Quetzi mientras se limpiaba la cara redonda con la manga sucia-- todo lo que tenemos que hacer es matar a La Diabla. �Correcto?

Su hermana pens� un momento y dijo --No, a La Diabla no se la puede matar. Pero se la puede debilitar, y darle una buena lecci�n. A La Diabla se la puede seducir. --Cuando dijo esto baj� la mirada y se ruboriz�.

--Ah --dijo Quetzi, ignorando a prop�sito le verg�enza de su hermana--. Debemos ser astutos. --Se ri�--. �Por qu� no utilizamos el truco del pulque que Tezcatlipoca utiliz� conmigo hace tantos a�os y la emborrachamos bien a La Diabla! --Quetzi larg� una risotada y despu�s un pedo lo que no le importaba porque despu�s de todo vivi� como un ermita�o en su peque�a choza tanto tiempo que sus modales era atroces.

--Quiz�s --dijo Quetzalpetlatl cubri�ndose la nariz lo m�s disimuladamente posible--. Pero tenemos que ponerte en forma primero.

Quetzi baj� la mirada y se observ�, y vio a lo que se refer�a. Hab�a elegido un pobre ejemplar de forma humana. Pero se sinti� necesario nuevamente y dijo: Har� todo lo que necesites de mi.

As� comenz� ese d�a. Quetzalpetlatl fue la entrenadora personal de su hermano. Lo hizo correr y comer peque�as porciones y levantar grandes piedras bajo el sol del desierto y dejar de tomar alcohol. Y al final de dos meses la panza de Quetzi estaba chata y fuerte y en rostro luc�a un bello color tostado y sus brazos y piernas hab�an desarrollado fuertes m�sculos. Y, mis amigos, mientras pon�an a Quetzi en forma, comenzaron a desarrollar un plan, paso a paso, siempre recordando la sicolog�a de La Diabla.

En su intento de poner en forma a Quetzi, su hermana no pudo hacer nada con su cabeza pelada -- era un pel�n total. Pero Quetzi dej� crecer la barba y su hermana le dio forma con un hermoso bigote y barbita de chivo. Luego Quetzalpetatl ayud� a su hermano a encontrar linda ropa para exaltar su nuevo f�sico. Lo hizo parar delante de un espejo en su peque�a choza y ambos admiraron su poderoso cuerpo. Y la pobre Quetzalpetlatl se avergonz� porque admiraba a su hermano en toda su hombr�a. Pero se sacudi� en su interior dijo: --�Ya est�s listo para seducir a La Diabla y salvarnos!

Como les hab�a dicho, a La Diabla no se la puede matar pero si se puede limitar su poder, y anudarlo. Y le encanta hacer tratos. Es curioso. La Diabla es feroz y malvada pero siempre cumple los tratos. El truco, sin embargo, consiste en seducirla con un trato que se le vuelva en contra y, para hacer esto, hay que confiar en su mayor debilidad: el orgullo. Recuerda, fue el orgullo que condujo a Sat�n a ser echado del cielo en primer lugar. Y como dicen en Am�rica, "no se le pueden ense�ar nuevos trucos a un perro viejo." As� concibieron un plan en el cual Quetzi desafiar�a a La Diabla a una especie de duelo. Un duelo de dioses. Si La Diabla ganaba, los dioses aztecas dejar�an este mundo sin protestar. Pero si Quetzi prevalec�a, La Diabla dejar�a las Am�ricas para siempre y usar�a el resto del mundo como campo de juego.

Pero primero Quetzi ten�a que ir a Malibu donde viv�a La Diabla. Con regateos, su hermana consigui� un gran semental y una fina montura y Quetzi se prepar� para el viaje de veintis�is millas a la costa. Cuando todo estuvo preparado, Quetzalptetlatl ayud� a Quetzi a subir al magn�fico caballo. Ella dijo, --Te amo, mi hermano.

--Y yo a ti --respondi� Quetzi con orgullo mientras hund�a las espuelas en el caballo y enfilaba hacia el oeste.

Ahora bien, los indios Chumash todav�a viv�an en la costa y, de hecho, la llamaron "umalido" que significa "donde la oleaje es ruidoso" nombre que al final se convirti� en "Malibu". Cuando Quetzi estuvo a pocas millas de la cueva de La Diabla, los Chumash levantaron la vista de su vida cotidiana y vieron con asombro la imponente figura del reci�n fabricado futuro h�roe. Al acercarse al hogar de La Diabla, la nariz de Quetzi se llen� de un hedor a maldad y su caballo se puso espantadizo.

--Vamos, vamos mi belleza --dijo Quetzi con voz tranquilizadora mientras palmeaba el cuello musculoso de su corcel--. Todo va a salir bien. --Y el caballo se fue tranquilizando y continu� su marcha hacia el refugio profano. Cuando llegaron a la entrada de la cueva, Quetzi solo pudo ver una gran oscuridad. Desmont� y sac� un farol del costado de su montura y lo prendi�. Lentamente, con precauci�n por el suelo rocoso, Quetzi entr� en la cueva. Camin�, apoyando un pi� cuidadosamente enfrente del otro, durante casi una hora. Qu� diablos estoy haciendo? pens�. Qu� me ir� a ocurrir? La oscuridad de la caverna se tragaba casi casi por completo la luz parpadeante del farol. Qu� me ir� a ocurrir?

De repente Quetzi se detuvo con un ruido de pedregullo bajo las botas. Percibi� una presencia aunque no se ve�a a nadie.

--Qu� te hizo tardar tanto? --dijo una mujer invisible.

La piel sobre la cabeza pelada de Quetzi se sacudi� de miedo. Aspir� tanto aire como le era posible y dijo, --Soy yo, el gran Quetzacoatl! Sal, para que te vea, Diabla!

S�lo silencio le respondi�. �Ay, pobre Quetzi! En que se hab�a metido? Pero no lleg� ninguna respuesta as� que continu� caminando adentr�ndose m�s en la cueva. Despu�s de caminar diez minutos se par� y llam� nuevamente: --Soy yo, el gran Quetzalcoatl! Sal para que te vea, Diabla!

Esta vez consigui� lo que deseaba. Sin ning�n ruido, La Diabla apareci� ante Quetzi. No puedo describirla de otra forma que diciendo que los ojos de Quetzi nunca se hab�an posado sobre una criatura m�s bella y seductora. Quetzi no pudo emitir palabra.

--Ah, gran Quetzalcoatl, por favor, ven y comparte un trago conmigo. Me honra estar en presencia de un dios tan importante. --Y con ello apareci� ante Quetzi una gran mesa de roble. La mesa cruj�a con grandes botellas de pulque, enormes canastas de fruta, un lech�n asado y muchas otras exquisiteces. Los ojos de Quetzi se centraron en el pulque y se sinti� miedo al recordar como hab�a hecho el tonto ante el dios Tezcatlipoca que se hab�a disfrazado de ara�a y le hab�a ofrecido a Quetzi su primera experiencia con el alcohol. Pero se le hizo agua la boca cuando se record� la sensaci�n de la bebida en la boca y el maravilloso ardor mientras el l�quido se deslizaba por la garganta hasta la panza. Quetzi sacudi� la cabeza y cerr� los ojos por un momento para sacarse la tentaci�n de la mente.

--No --dijo Quetzi con voz fuerte--. Estoy aqu� para ofrecerte un trato."

--No --dijo La Diabla--. Debes aceptar mi hospitalidad y s�lo entonces te escuchar�."

As� que se sentaron. Quetzi en una punta de la mesa y La Diabla en la otra. Todav�a soy un gran dios, pens�, puedo soportar la bebida. No voy a dejar de presentar mi trato. Comieron y bebieron en silencio, ambos observando friamente al otro. Por fin, despu�s de un hora de esto, La Diabla dijo: --�Bien, cu�l es el prop�sito de esta visita? --Al decir esto, pudo ver que Quetzi se estaba soltando con el pulque. La Diabla sonri� una sonrisa malvada y esper� la respuesta.

�Ese pobre hijo de su madre Quetzi! No hab�a probado un trago en meses y ahora el pulque debilitaba su poder de decisi�n y lo hac�a pensar en cosas corruptas mientras su mirada envolv�a la perfecta y tentadora piel oscura de La Diabla. De nuevo sacudi� la cabeza y record� su noble misi�n. Quetzi aclar� su garganta de la flema que el pulque suele producir en las gargantas de los hombres y dijo: --No, prefiero escucharte primero.

La Diabla continu� sonriendo. --Bien, magn�fico Quetzacoatl, sin duda habr�s o�do de mi plan de librar a este mundo de los viejos dioses. De otra forma �por qu� habr�as venido aqu�?

--Sigue --dijo �l.

La Diabla se inclin� hacia delante y comenz�: --Estoy asqueada de los peque�os esfuerzos de tus hermanos y hermanas para mantener su presencia en este pa�s. Son meno que relevantes y no hacen m�s que causar un bajo nivel de nausea que penetra mi esencia misma.

--Si somos tan poco, �por qu� te importa? --Quetzi argument� certeramente, y sacudi� la cabeza de un lado a otro para demostrar que todav�a estaba al mando.

La Diabla se inclin� a�n mas, y la mesa de roble cruji�. Sibilante ella dijo: --Porque mientras los mestizos y los indios sepan que a�n estan aqu� -- y ellos lo saben por las est�pidas bromas que ustedes, los dioses ca�dos hacen a la noche -- yo no puedo reinar totalmente.

Buena respuesta, pens� Quetzi. Y mientras La Diabla hablaba, Quetzi dej� que su vista bebiera m�s de su belleza. El coraz�n le lati� fuerte en el pecho y las ingles se le encendieron con el lujurioso ardor de la sangre. �Qu� deb�a hacer? �Podr�a abandonar a sus dioses colegas y cerrar un trato para salvarse a s� mismo y quiz�s acercarse un poco m�s a esta bella criatura? Se qued� en silencio y dej� que La Diabla continuara.

--Bien, gran Quetzalcoatl, te ofrezco un trato: no te pongas en mi camino y, a cambio, podr�s tener un rol bajo mi reinado.

Quetzi pens� por un momento. Desde que los conquistadores llegaran y excluyeran a los dioses aztecas, la suya no hab�a sido vida. Si rechazaba el ofrecimiento de La Diabla y continuaba con su plan de ayudar a sus hermanos y hermanas, quiz�s podr�a reinar nuevamente. �Y acaso no ten�a una deuda con su hermana despu�s que la deshonrara hace tanto? �Pero, y qu� si fracasaba? Podr�a ser destruido por esta oscura y poderosa deidad del cristianismo. Quiz�s se podr�a salvar a s� mismo y conseguir algo de poder para disfrutar de la vida nuevamente! Quetzi a La Diabla en los ojos. Se podr�a perder dentro de aquellos ojos. �Que se embromen los dem�s! Qu� hab�an hecho jam�s por �l? Ni siquiera lo visitaron antes de que este l�o comenzara. �Que se embromen ellos y su hermana!

--�Acepto tu trato! --y se tom� otro gran vaso de pulque.

La Diabla se ri� y se acrec� a Quetzi y le dijo: --�Salgamos al mundo exterior y comencemos!

As� dejaron la c�lida cueva brazo en brazo y fueron a la costa y permanecieron sobre la arena mirando al este. El cielo de fines de verano, libre de smog, refulg�a con un azul que ya no existe y el fresco viento del oc�ano soplaba firme y limpio. La Diabla toc� la manga de Quetzi y en un suspiro estuvieron parados en el Ca��n de Santa Ana junto al desierto del noreste. Ella se llev� las manos a la boca y emiti� un grito sordo y, en ese mismo segundo, Quetzi vio el verdadero poder de esta diosa. La Diabla solt� un viento caliente que comenz� como mera brisa pero enseguida se transform� en un torrente de calor abrazador. La Diabla sopl� y sopl� durante exactamente tres horas y Quetzi se qued� all� parado sin poder moverse, porque se sent�a intimidado.

Y aquellos tan bellos mejicanos que alguna vez fueron grandes dioses aztecas no pudieron resistir el viento de La Diabla. Se marchitaron y sus formas humanas murieron ne esas tres horas. Sus almas se elevaron a un lugar m�s all� de la luna, lejos de su hogar terrenal. La Diabla ahora reinaba suprema!

La Diabla respet� el trato con nuestro amigo Quetzi. Lo dej� vivir distintas vidas a trav�s de los siglos para traer su propia clase de miseria a la raza humana. El comenz� como banquero, despu�s gobernador, abogado, productor de cine, editor, asesino de masas, agente literario, plomero, adue�o de un equipo de baseball de la liga mayor y ahora mismo, mientras estoy hablando, es el Presidente de los Estados Unidos de Norteam�rica. Quetzi nunca pudo acercarse mucho a La Diabla, pero su vida sentimantal ha sido agitada y, hasta ahora, Quetzi ha llegado hasta al altar por lo menos una docena de veces.

Y nuestra otra amiga, La Diabla, esta haciendo todo lo posible para estrangular nuestro mundo a su propia manera. Pero debido a su paranoia, y a pesar de haber matado a todos los dioses excepto a Quetzi, ella todav�a sopla los vientos de Santa Ana -- los vientos del diablo, como los llamamos hoy -- para asegurarse de que los otrora grandes dioses aztecas no se levanten nunca m�s.

�Hay una moraleja en esta historia? Realmente no. Existe un viejo dicho mejicano que dice: Muerto el perro, se acaba la rabia. Pero, mis amigos, les prometo esto: El perro no est� muerto. Est� viva y bien en un peque�o pueblo llamado El Pueblo de Nuestra Se�ora la Reina de los Angeles de la Porciuncula.


Traducci�n del ingl�s: Donat Hirsch

� 1999 Daniel A. Olivas
[email protected]

Daniel A. Olivas is the author of Devil Talk (Bilingual Press, 2004), Assumption and Other Stories (Bilingual Press, 2003), The Courtship of Mar�a Rivera Pe�a (Silver Lake Publishing, 2000), and the children�s book, Benjamin and the Word (Arte P�blico Press, 2005). His stories, poems, essays and book reviews have appeared in many publications, including the Los Angeles Times, MacGuffin, Exquisite Corpse, THEMA, Tu Ciudad, Southern Cross Review, The Elegant Variation, and The Jewish Journal. He is currently editing an anthology of Los Angeles fiction by Latino/a writers.
Website: http://www.danielolivas.com


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