Sobre el doblaje


Greta Garbo y Katherine Hepburn

 

� ���Jorge Luis Borges

 

Las posibilidades del arte de combinar no son infinitos, pero suele ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de le�n, con cabeza de drag�n, con cabeza de cabra; los te�logos del siglo II, la Trinidad, en la extricablemente se articulan el Padre, el Hijo y el Esp�ritu; los zo�logos chinos, el ti-yiang, p�jaro sobrenatural y bermejo provisto de seis patas y de cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los ge�metros del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que encierra un n�mero infinito de cubos y que est� limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratol�gico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. �C�mo no publicar nuestra admiraci�n ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomal�as fon�tico-�visuales?


Quienes defienden el doblaje razonaran (tal vez) que las objeciones que pueden opon�rsele pueden oponerse, tambi�n, a cualquier otro ejemplo de traducci�n. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el arbitrio injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la m�mica del ingl�s no es la del espa�ol. [1]

Oigo decir que en las provincias el doblaje ha gustado. Tra�tase de un simple argumento de autoridad; mientras no se pu�bliquen los silogismos de los connaisseurs de Chilecito o de Chi�vilcoy, yo, por lo menos, no me dejare intimidar. Tambi�n oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben ingl�s. Mi conocimiento del ingl�s es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignar�a a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo ver�a con fervor, por novena o decima vez, si dieran la versi�n original, o una que yo creyera la original. Esto �ltimo es impor�tante; peor que el doblaje, peor que la sustituci�n que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustituci�n, de un enga�o.


No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la predestinaci�n y el determinismo. Juran que ese expediente es el fruto de una evoluci�n implacable y que pronto podremos elegir entre ver films doblados y no ver films. Dada la deca�dencia mundial del cinemat�grafo (apenas corregida por alguna solitaria excepci�n como La m�scara de Demetrio), la segunda de esas alternativas no es dolorosa. Recientes mamarrachos -pienso en El diario de un nazi, de Mosc�, en La historia del doctor Wassell, de Hollywood- nos instan a juzgarla una suerte de para�so negativo. Sight-seeing is the art of disappointment, dej� anotado Stevenson; esa definici�n conviene el cinemat�grafo y, con triste frecuencia, al continuo ejercicio impostergable que se llama vivir. �

 

[1] M�s de un espectador se pregunta: Ya que hay usurpaci�n de voces, �por qu� no tambi�n de figuras? �Cu�ndo ser� perfecto el sistema? �Cu�ndo veremos directamente a Juana Gonz�lez en el papel de Greta Garbo, en el papel de la Reina Cristina de Suecia?


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