La libertad y la Iglesia Católica
por Rudolf Steiner
Conferencia 3 de 3 para los miembros de la Sociedad Antroposófica
Dornach, 6 de junio de 1920
Ustedes habrán notado que desde hace años todas mis conferencias han enfatizado la importancia, para la evolución tanto espiritual como social de la humanidad, de la divulgación de lo que los científicos espirituales denominamos los resultados de la investigación de la iniciación. Saben también que por iniciación, para usar un término antiguo, entendemos el acceso a un mundo espiritual separado de nuestro mundo físico-sensorial por una especie de velo; velo que puede, con mucha facilidad, conducirnos a ilusiones. Lo que primariamente le es dado al hombre es el mundo físico-sensorial, y el hombre hace uso de él para las necesidades de la vida corriente o en búsqueda de lo que hoy se denomina la ciencia. Combina sus percepciones del mundo físico con todo tipo de conceptos, ideas, etc.; pero todo ello no lo conduce más allá del mundo de los sentidos; y podemos decir que el único medio en la vida común a través del cual el ser humano puede en cierta medida ver más allá y por encima de lo sensorial es el soñar.
El sueño, tal como lo experimentamos hoy en la vida normal, es tan sólo una pobre imitación de lo que se puede denominar la experiencia en el mundo suprasensible. El mundo suprasensible debe ser percibido no sólo con el mismo grado de conciencia que se tiene en la vida corriente, grado de conciencia que está ausente en el sueño, sino con una conciencia de un grado aún mayor. Para poder experimentar el mundo suprasensible, uno debe aumentar la conciencia para llevarla a un nivel que tenga la misma relación con la conciencia de la vida corriente, con la conciencia normal, que la que dicha conciencia tiene con la conciencia del dormir, o en todo caso con la conciencia del soñar. Se debe producir, pues, una suerte de despertar para emerger de la conciencia normal. De ahí que el soñar sea, por supuesto, sólo una pobre imitación de lo que se experimenta en esa otra condición.
Pero en realidad el soñar difiere del pensar normal mucho menos de lo que se supone. Cuando prestamos atención al mundo pictórico de un sueño común, advertimos que, en su contenido, es en realidad esencialmente igual a lo que subyace a nuestros pensamientos, sólo que en el pensar el ser humano se introduce al mundo exterior a través de sus sentidos y, por lo tanto, lo que en el sueño se organiza por mera analogía, en el pensar se ordena según relaciones totalmente externas determinadas por la percepción del mundo sensorial exterior, según lo que ese mundo nos dice. Podemos comprobar esto en cierta forma si nos sentamos y cerramos los ojos, o, digamos, si nos apoltronamos y dejamos vagar nuestros pensamientos, y notamos entonces cómo se han dispersado; notamos que, al cotejarlos en nuestra mente, prácticamente no podemos hallar entre ellos una conexión más estrecha que la que se da entre los sucesos de un sueño. El flujo incontrolado de ideas que se da en el hombre está de alguna manera sujeto a la misma ley que el sueño. Es sólo a través de los sentidos que somos arrancados de nuestros sueños. Y en cuanto silenciamos a los sentidos, allí comenzamos realmente a soñar. Esta actividad del soñar debe ser intensificada. Debe ser organizada de tal manera que sea impregnada por una conciencia superior a la que nos confieren nuestros sentidos ordinarios. Surge entonces la conciencia imaginativa, y luego gradualmente llega la conciencia inspirada, sobre la cual les dije ayer en mi conferencia pública que es reconocida por el Tomismo como una fuente válida de conocimiento.
En nuestra ciencia iniciática, pues, tenemos los resultados de un estado intensificado de la conciencia como el descripto. El problema de la actual evolución de la humanidad y de la del futuro próximo es que la humanidad sin duda habrá de necesitar esta ciencia de la iniciación, y no podrá avanzar sin ella, ya que si sólo el conocimiento materialista desarrollado en los últimos tres a cuatro siglos continuara impregnando la evolución humana, las condiciones que estamos vivenciando en el actual caos social del mundo civilizado se repetirán reiteradamente, separadas sólo por breves intervalos. Lo que la ciencia le ha podido dar a la humanidad desde mediados del siglo XV ha sido indudablemente suficiente para que se hicieran descubrimientos técnicos; para que se extendiera por el mundo una red de intercambio comercial y de negocios, pero no es suficiente para la creación de una organización social realmente adaptada a la conciencia de la humanidad actual. Eso es algo que gradualmente se debe realizar. Mientras que la ciencia de nuestras universidades, de nuestra educación pública, rechace la ciencia de la iniciación, mientras que se reconozca únicamente una ciencia materialista, externa, la humanidad se encontrará perpetuamente atrapada en condiciones sociales caóticas como las que tenemos en la actualidad. Sólo la ciencia de la iniciación podrá salvar a la humanidad futura de tales condiciones sociales caóticas. Por sobre todo, la ciencia de la iniciación podrá dar a los seres humanos que puedan abordarla una conciencia del hecho de que la vida aquí en la tierra, a la que entramos a través del portal del nacimiento, es continuación de la vida espiritual que hemos pasado en el mundo suprasensible entre la última muerte y el presente nacimiento.
Como ustedes bien saben, esa vida espiritual que precede a nuestro nacimiento o concepción no es mencionada en las iglesias de nuestro actual mundo civilizado. Nunca se la menciona, y por una razón bien definida. Porque en determinado momento de la historia, que coincide con la evolución griega entre Platón y Aristóteles, se perdió toda conciencia de la vida espiritual prenatal. Platón habla claramente de esa vida, pero Aristóteles defendió vehementemente la teoría de que cada vez que un ser humano nace en la tierra, un alma completamente nueva se une a su cuerpo físico. La doctrina aristotélica dice que para cada ser humano que nace físicamente, una nueva alma es creada.
Ahora bien, si uno sostiene este punto de vista, no puede sino sostener que la vida que comienza con la muerte, la vida que una persona comienza al desechar su cuerpo físico – y de esto también habla Aristóteles – continúa existiendo y no vuelve a descender a la tierra. Puesto que, obviamente, a menos que uno pueda hablar de una existencia prenatal, no tiene justificación para creer otra cosa sino que después de la muerte el hombre permanece por siempre en un mundo espiritual. Eso llevó a Aristóteles a sacar algunas conclusiones importantes. Por ejemplo, sostenía que si alguien, entre su nacimiento y su muerte aquí en la tierra, ha llevado una vida que le llena el alma de maldad, ese ser humano está obligado, por toda la eternidad, a contemplar esa maldad, que no puede borrarse ni superarse. De modo que, según la visión de Aristóteles, cuando ese hombre muere, tiene que contemplar eternamente esa única vida terrenal por la que tiene que pagar.
Esta doctrina de Aristóteles fue adoptada en su totalidad por la Iglesia Católica y, cuando en la Edad Media, la Iglesia buscó una filosofía que pudiera sustentar su teología, tomó esta doctrina aristotélica con respecto a la vida del alma, cuyo eco se puede reconocer aún hoy en la idea del castigo eterno en el infierno.
Ahora bien, después de habérseles inculcado durante miles de años esta doctrina del origen del alma junto con el cuerpo, ¿cómo es posible concebir que las personas se puedan liberar de ella nuevamente y llegar a la verdad? Sólo lo podrían hacer si recibieran una nueva ciencia espiritual. Sin esta renovación de la ciencia espiritual la humanidad no podrá aceptar la vida antes del nacimiento, o mejor dicho, antes de la concepción, como una creencia válida. Pensemos en lo que significa para toda la evolución de la humanidad no hablar de una vida prenatal. Cuando en las iglesias de hoy se nos habla sólo de una vida después de la muerte, eso simplemente despierta los instintos conectados con el deseo egoísta de no extinguirse con la muerte.
Se necesita un ensayo, un estudio comprensivo: “Sobre el cultivo del egoísmo humano por parte de las iglesias”. En un estudio de esa naturaleza, habría que explorar los verdaderos motivos sobre los que se trabaja en los sermones y doctrinas de todas las denominaciones religiosas corrientes, y en todas ellas se encontraría que se apela a los instintos egoístas del hombre, especialmente el instinto que busca la inmortalidad después de la muerte. Se podría extender este estudio para abarcar más de mil años y se vería que, al eliminar la vida antes del nacimiento por la influencia aristótelica, estas denominaciones religiosas han fomentado en sumo grado el egoísmo en la naturaleza humana. Las iglesias como cultivadoras de los instintos egoístas más profundos es un tema que bien merece ser estudiado.
Hoy la mayor parte de la vida religiosa del moderno mundo civilizado busca satisfacer el egoísmo humano. Podría citar docenas de pronunciamientos en los que se puede sentir este egoísmo. Una y otra vez aparece escrito, especialmente en cartas pastorales, “que la ciencia espiritual se ocupa de todo tipo de conocimiento sobre los mundos suprasensibles, pero el hombre no necesita eso. Sólo necesita tener la conciencia ingenua de su conexión con Jesucristo”. Lo dicen tanto los pastores como los fieles; se enfatiza siempre esa conexión ingenua con Jesucristo. Se la presenta con inmenso orgullo en contraposición de lo que es, por supuesto, mucho menos fácil de lograr –la penetración en los detalles concretos del mundo espiritual. Se la predica una y otra vez. Una y otra vez se induce al hombre a creer que puede ser más cristiano cuando menos ejercita las fuerzas del alma, cuando menos se esfuerza por pensar algo claro con lo que denomina su conciencia Crística. Esta conciencia de Cristo debe ser algo que el hombre logra siendo infantil –es lo que dicen estos facilistas. Y lo que más les gusta es que les digan que Cristo se ha hecho cargo de todos los pecados de la humanidad, y ha redimido a la humanidad a través del sacrificio de Su muerte, sin que las personas tengan que hacer nada ellas mismas. Todo esto nos refiere a la creencia de que, por medio del sacrificio de Cristo, la inmortalidad después de la muerte está garantizada; pero todo ello tiende a alimentar en la humanidad el egoísmo más extremo. A través de este cultivo del egoísmo por parte de las iglesias, hemos finalmente producido lo que está despuntando hoy en todo el mundo civilizado. Debido a que este egoísmo ha sido tan extensamente cultivado, la humanidad se ha convertido en lo que hoy es.
¡Consideremos lo siguiente: si el ser humano, no sólo en teoría, con sus ideas y conceptos, sino con toda la vida interior de su alma, fuera a comprender la verdad de que su vida terrena al atravesar el portal del nacimiento le impone la obligación de cumplir con una misión que ha traído desde una vida antes de nacer! ¡Pensemos en cómo desaparecería el egoísmo si ese pensamiento fuera a llenarnos el alma, si esta vida terrenal fuera considerada una tarea que debe ser cumplida porque está ligada a una vida más allá de la tierra por la que hemos pasado previamente! El egoísmo se combate con el sentimiento que surge en nosotros cuando consideramos a la vida terrenal como continuación de una vida más allá de la tierra, así como es fomentado por las denominaciones religiosas que hablan únicamente de la vida después de la muerte. Eso es lo importante para el bienestar social del hombre: reinstaurar en la conciencia de la humanidad del presente y del futuro el hecho de su preexistencia; y, por supuesto, la idea de la reencarnación es inseparable de la de la preexistencia del alma humana.
Podemos pues decir que la Iglesia Católica aceptó la doctrina aristotélica y la convirtió en su propio dogma; pero este dogma debe ser ahora reemplazado por el conocimiento superior de la existencia de repetidas vidas terrenas, de la preexistencia, que Aristóteles fue el primero en dejar de lado.
Si podemos imaginar la importancia que tiene para la humanidad absorber ciertos elementos en la vida más profunda de su alma, nos daremos cuenta de lo que ello significa para la vida anímica del hombre en su sentido más amplio. Significa que el ser humano adquiere una conciencia de sí mismo totalmente distinta. Agreguemos a lo que acabamos de decir las palabras de San Pablo, que esta conciencia ordinaria debe ser impregnada cada vez más por la conciencia, “No Yo, sino Cristo en mí.” Cuando nos contemplemos como algo diferente, Cristo también será diferente dentro de nosotros. Si nos consideramos como algo que, incluso en lo que respecta a lo anímico-espiritual, se ha originado en el nacimiento, entonces, por supuesto, el Cristo sólo puede estar en lo que se ha originado en este nacimiento presente, y sólo tendrá la tarea de transportar nuestras almas a través del portal de la muerte y más allá por toda la eternidad. Pero si sabemos que hemos tenido una vida prenatal, también podemos saber que es el Cristo mismo quien nos ha asignado una misión para esta vida en la tierra, que tenemos que desarrollar nuestras propias fuerzas, que tenemos que encontrar al Cristo en nuestras fuerzas, que tenemos que buscarlo en lo mejor que podemos tener dentro de nosotros, lo mejor de nuestro espíritu y nuestra alma.
Eliminando al espíritu en el Octavo Concilio Ecuménico de Constantinopla en el año 869, la Iglesia Católica siempre se ha preocupado de que los que pertenecen a ella nunca reflexionen sobre la verdadera naturaleza psico-espiritual del hombre. En ese Concilio la Iglesia estableció que el hombre consta sólo de cuerpo y alma, aunque el alma tiene algunos atributos espirituales; pero que considerar al hombre como compuesto de cuerpo, alma y espíritu es una herejía. Y cuando el jesuita Zimmerman expresó ciertos reproches contra la ciencia espiritual, consideró que su mayor pecado era buscar restablecer la validez de la tricotomía, declarando que el hombre consta de cuerpo, alma y espíritu. Puesto que de esa manera ha de salir a la luz la verdadera naturaleza del hombre y también su verdadera relación con el Cristo. Pero lo que la Iglesia buscaba cada vez más era que el hombre no llegara a una verdadera comprensión de su real relación con el Cristo. Podemos decir, mis queridos amigos, que el desarrollo de las iglesias occidentales consiste en realidad en correr un velo cada vez más denso sobre el verdadero secreto de Cristo.
Básicamente todas las instituciones se construyen sobre abstracciones externas. Cuando un estado es joven tiene sólo algunas leyes y las personas no están muy constreñidas por ellas. Cuanto más tiempo existe un estado, y especialmente cuanto más tiempo las distintas partes dentro del estado despliegan sus ingeniosos argumentos, se establecen más leyes hasta que al final nadie sabe dónde está parado, pues ya no hay una sola ley sino que todo está envuelto en una maraña de leyes de la que es muy difícil liberarse.
Eso ocurre también con las iglesias. Cuando una iglesia comienza su trayectoria en el mundo, tiene relativamente pocos dogmas; pero las personas tienen que tener algo que hacer, y así como el estadista está siempre haciendo leyes, los hombres de la iglesia crean más y más dogmas, hasta que al final todo se convierte en dogma y el dogma se consolida. Es sólo desde la época en que el escolasticismo estaba en su apogeo que esta consolidación del dogma se ha vuelto especialmente notable en la civilización moderna. Cualquiera que realmente estudie en profundidad el escolasticismo de Alberto Magno y de Tomás de Aquino encontrará que en esa época todo lo relacionado con el dogma era aún fluido, era aún tema de discusión, que la discusión se consideraba como algo normal. Es cierto que en el período escolástico ya había cierta oposición dentro de la iglesia occidental. Estaba la oposición entre los Dominicos y los Franciscanos. La Orden de los Dominicos, cuyo florecimiento fue el escolasticismo, desarrolló su conocimiento a través de ideas estrictamente lógicas. La Orden de los Franciscanos desechó esa vía: los Franciscanos querían lograr todo por medio de un sentimiento ingenuo. No voy a analizar ahora la relación entre las enseñanzas dominicas y las franciscanas, pero quisiera que se imaginaran cómo sería si la gente luchara hoy tan vigorosamente sobre el contenido de las doctrinas dominica y franciscana como lo hacía en la Edad Media, cuando se discutía el dogma tan libremente. Por supuesto, ya entonces el obispo de Roma declaraba hereje a la gente; y podría haber seguido haciendo eso por mucho tiempo, si los gobiernos seculares no hubieran acudido en su ayuda y quemado en la hoguera a la gente que él simplemente quería condenar. En esta cuestión uno tiene que admitir que la mayor culpa recae en los gobernantes seculares. Todo ello no impidió que hubiera libre discusión dentro de la Iglesia Católica en esa época. Gradualmente esa libre discusión ha sido completamente eliminada. La libre discusión fue algo que la Iglesia Católica, con el correr del tiempo, no pudo soportar.
¿Y por qué no? Porque una conciencia totalmente nueva estaba surgiendo en la humanidad. Se trataba de la transformación de la conciencia del hombre, que ocurrió, como a menudo les he explicado, a mediados del siglo XV. El ser humano quiere cada vez más formarse su propio juicio desde la profundidad de su propia alma. Esto no era así en la Edad Media. El hombre tenía entonces una especie de conciencia comunal y sólo algunas personas instruidas, los verdaderos eruditos, podían ir más allá. Pudieron superar esta conciencia comunal uniforme porque habían sido instruidos en el escolasticismo. Esto también ocurrió con algunos que fueron formados en las enseñanzas rabínicas. Sin embargo, en general, la conciencia del hombre era uniforme. Era una conciencia comunitaria, una conciencia familiar. Pero la conciencia individual se estaba desarrollando cada vez más.
Ahora bien, algo que la Iglesia Católica siempre ha tenido, puesto que ha atraído a personas altamente instruidas, es previsión histórica. La Iglesia Católica sabe muy bien de lo que estoy hablando, que el principio del desarrollo moderno es promover la conciencia individual del hombre – pero la Iglesia Católica no quiere que surja esta conciencia individual. Quiere mantener esa embotada conciencia comunal, de la que sólo escaparán aquellos que han recibido una educación escolástica. Hay una muy buena manera de mantener esta embotada conciencia comunal – siempre es embotada. Consiste en apagar la conciencia ordinaria que la persona tiene siempre que hace uso de sus órganos sensoriales, en sofocarla completamente. Así como el soñar apaga la conciencia ordinaria, de la misma manera se apaga a la conciencia con el propósito de hacerla una conciencia comunal embotada. Una de las muchas características del sueño es que es mentiroso. ¿O acaso hemos de negar que el sueño es mentiroso, que representa cosas que no son verdad? Sin embargo, no se debe al sueño sino a la conciencia embotada que cuando soñamos no podamos comprobar qué es cierto y qué no. Por lo tanto, una de las características de esta conciencia embotada es que les roba a los seres humanos la posibilidad de distinguir la verdad de la mentira.
Ahora, si uno es versado en estos asuntos, ¿qué hace? Haciendo uso de la autoridad, les dice a las personas cosas que no son verdad, y lo hace sistemáticamente. De esa manera uno sofoca sus conciencias y las lleva al estado apagado de la conciencia del sueño. Logra así debilitar lo que desde mediados del siglo XV ha estado tratando de emerger como conciencia individual en las almas de los hombres. ¡Es una excelente empresa usar la autoridad para escribir artículos como los que ahora están apareciendo en el Katholischen Sonntagsblatt pues así uno logra impedir que la gente se desarrolle de la manera en que debería hacerlo desde mediados del siglo XV! Aunque puede que el individuo no lo sepa, toda la jerarquía está detrás de lo que ocurre al respecto y ha organizado las cosas extremadamente bien. Si uno cree que estas cosas suceden por simple ingenuidad o puramente por rencor, uno está cometiendo un gran error. Naturalmente, debemos luchar contra la mentira y la falsedad con todos los medios a nuestra disposición, pero no debemos creer que estas mentiras provienen de la simplicidad o incluso de la creencia de que lo que se dice es cierto; ya que si estas personas dijeran la verdad, no lograrían su propósito que es abotagar la conciencia de las personas por medio de las mentiras, y ese es un cometido tremendo y diabólico.
Ahora, esto también debe decirse con total franqueza. La simplicidad está enteramente del otro lado. La simplicidad hoy no está del lado de la Iglesia Católica sino del lado de sus oponentes. Éstos no creen que la Iglesia Católica sea fuerte en el sentido que he descripto; no creen que la Iglesia Católica haya previsto hace mucho tiempo que las condiciones sociales que ahora se han producido en Europa ocurrirían algún día, y que la Iglesia Católica haya tomado sus propias medidas para hacer sentir su influencia en estas condiciones sociales. Lo que la Iglesia Católica se propone es crear un puente entre el socialismo más radical, es decir, el comunismo, y su propia hegemonía.
Esta magnífica previsión es algo que se debe reconocer en todo lo que tiene una real base espiritual, un fundamento espiritual enraizado en una vida espiritual real y no en la mera abstracción. Con toda esta ilustración moderna no se llega a nada que pueda tener un alcance trascendental en el curso de la evolución humana. Pero las ceremonias que se practican en la misa católica tienen mucha más importancia que todos los sermones provenientes de los púlpitos evangélicos [protestantes], porque son hechos llevados a cabo en el mundo sensorial y, en su forma, son a la vez algo que atrae e introduce como por encanto al mundo espiritual en el mundo sensible. Por esa razón la Iglesia Católica jamás ha querido deshacerse de los medios mágicos para obrar sobre los seres humanos. Estos medios mágicos en verdad existen. Y no debemos creer que otra cosa que no sea reingresar al mundo espiritual con total y verdadera honestidad y rectitud interior puede ser efectiva contra tales cosas. Para lo que podría denominarse una señal exterior de que la Iglesia Católica siempre ha tenido una conexión con el mundo espiritual, pueden remitirse a algo que ya les he referido a algunos de ustedes.
En la primera década del siglo XX se emitió una Encíclica Papal que declaró herejes varias cosas. Las encíclicas papales se expresan de tal manera que siempre exponen la doctrina en cuestión y luego dicen: “El que crea esto es anatema.” Así pues la mencionada encíclica cita alguna doctrina tomada de los libros de Haeckel o de algún otro y luego dice: “El que crea esto es anatema.” No expone lo que es verdad sino que dice: “El que crea esto es anatema.”
Ahora bien, la ciencia de la iniciación siempre hace posible investigar tales cosas y yo me propuse la tarea de realizar ciertas investigaciones con respecto a esta encíclica. Tengo el deber de decir que aquí, como en tantas otras cosas, lo que entonces fue promulgado por el Papa “ex cáthedra” fue realmente tomado del mundo espiritual. Es decir que lo que penetró a esa encíclica provino en verdad del mundo espiritual. ¡Pero de manera extraordinaria se lo dio vuelta completamente! En todas partes donde debería haber aparecido un “sí” aparecía un “no” y viceversa. Esto es algo –y podría dar otros ejemplos –que muestra que la Iglesia de Roma tiene hoy algún tipo de conexión real con el mundo espiritual pero una conexión que es extraordinariamente perniciosa para la humanidad. Por lo tanto no debemos sorprendernos de que vea en el surgimiento de la moderna ciencia espiritual algo que desea eliminar a toda costa, ya que ¿cuál es el efecto de esta nueva ciencia espiritual? Produce una conciencia de la vida prenatal, de la preexistencia. ¡Eso no se puede permitir! ¡No ha de ocurrir bajo ninguna circunstancia! Así que la ciencia espiritual debe ser condenada; pues la ciencia espiritual llama la atención del hombre sobre su propio ser, lo hace consciente de que consta de cuerpo, alma y espíritu. Eso no se puede permitir de ninguna manera; por lo tanto la ciencia espiritual debe ser condenada. La gente se daría cuenta, por ejemplo, de que el dogma de la condena eterna en el infierno es una consecuencia aristotélica de la creación del alma en el momento del nacimiento físico. ¡Imagínense que un teólogo católico de hoy estudie la conexión entre Aristóteles y el escolasticismo, y perciba que los escolásticos sacaron su prueba del origen del alma junto con el cuerpo físico de la filosofía de Aristóteles! Vería entre bambalinas el origen del dogma. ¿Qué se hace para prevenir esto? Se obliga al teólogo a jurar contra el modernismo. Se lo obliga a jurar que es parte de su credo no poder jamás llegar a una conclusión histórica contraria a los dogmas que emanan de Roma. El hecho de haber realizado este juramento obra con tanta fuerza sobre sus sentimientos que lo confunde en su investigación y nunca puede llegar a ver cómo se relaciona el dogma con la historia de la humanidad. Ahora bien, las cosas no pueden permanecer en este estado si aparece la ciencia de la iniciación, y, por ende, esta ciencia de la iniciación debe ser condenada en toda circunstancia.
¿Por qué les digo todo esto? Para que no tomen el asunto demasiado a la ligera. No se trata en nuestra ciencia espiritual antroposófica de lo que sucede en la Sociedad Teosófica. Que la Sociedad Teosófica no ha de tomarse en serio resulta claro del hecho de que un día llegó a aceptar por mayoría la farsa de Krishnamurti como la reencarnación de Jesucristo de Nazaret. Una comedia de ese tipo sólo se basa en la hipocresía, aún cuando tal hipocresía sea tomada en serio por muchos. En cambio, lo que debe crecer en el suelo de la Antroposofia, de la ciencia espiritual, debe ser la búsqueda de la verdad, honesta de cabo a rabo. Por eso es algo que, como bien lo sabe la Iglesia Católica, penetra más allá de los decorados, y alcanza aquello que no debe ser descubierto si es que esa iglesia ha de mantener en el mundo el dominio que considera le corresponde.
Todo lo que estoy diciendo es simplemente para mostrarles que estas cosas no deben ser tomadas a la ligera. Es necesario advertir que la Iglesia Católica ha demostrado gran previsión. Aunque cada cordero individualmente siga al guía y sólo obedezca órdenes, aunque ignore lo que esta mentira sistemática significa para toda la evolución de la humanidad – aunque el individuo no sepa nada y haga lo que se le dice, el sistema en su totalidad está perfectamente establecido, ya que muchos creerán las mentiras.
Del otro lado existe la creencia ingenua de que toda la ficción de las leyes naturales que hoy constituye la materia de nuestra educación universitaria puede ser de importancia para un mayor desarrollo de la humanidad, ¡que todas las tonterías sobre la conservación de la materia y la energía pueden ser de importancia para el mayor desarrollo de la humanidad! Hoy la gente ni siquiera puede mirar con ojos imparciales la nieve que se extiende ante ellos cada invierno (si es que viven en la zona templada), y sin embargo debido a que el manto de nieve cubre las fuerzas de crecimiento, parte de la tierra sufre una completa transformación; la sabiduría popular que habla de la pureza de la nieve conoce mucho más que nuestra ciencia moderna que habla de la conservación de la materia y la energía. Por supuesto, puedo decir esto ahora sólo porque he dedicado muchas semanas a mostrarles cuán poco fundamento tienen estas leyes de la conservación de la materia y la energía, cómo la materia y la energía en realidad se destruyen al avanzar desde abajo hacia la cabeza, y surgen nueva materia y nueva energía.
Todo esto con seguridad ha de ser duramente refutado en algunos ámbitos, y lo único que puede ayudar es que la mayor cantidad de gente posible tome conciencia de la tarea actual de la humanidad – darse cuenta de que la conciencia individual debe aprehender el mundo. Así lo hará, pero puede aprehender la sabiduría del mundo o bien los instintos ciegos. Si aprehende los instintos ciegos, se producirán condiciones completamente antisociales, como las que ahora se están preparando en Rusia. Se generarán condiciones antisociales ante las cuales el gobierno inglés y el norteamericano, para no hablar del francés o de otros gobiernos, estarán absolutamente indefensos. Sería ingenuo creer que el Parlamento inglés podrá solucionar lo que le ocurrirá a la humanidad si la conciencia individual opera meramente por instinto. Pero existe un poder que estará listo para manejar la situación, y ese es el poder de Roma. Sólo es cuestión de cómo lo hará. Roma puede constituir un dominio; tiene los medios necesarios para hacerlo. Así pues la única pregunta real no es si ha de ganar el bolchevismo o la burguesía anglosajona; la pregunta es si habrá caos antisocial, dominación de Roma, o la determinación de la humanidad de llenarse del espíritu que, en el Concilio de Constantinopla del año 869, la Iglesia occidental declaró que era hereje reconocer.
No existe otra alternativa que no sea que la humanidad se resuelva a no seguir viviendo de la manera que resulta cuando sólo hay pensamientos materialistas sobre el mundo. ¿Cómo vive la humanidad en un mundo materialista? La gente se gana la vida de acuerdo con las fluctuaciones del mercado; no existe otra medida para el orden social. Aparte de eso puede quizás tener una filosofía de vida, como una suerte de lujo, pero sólo como un lujo. Aquellos que supuestamente son aún más profundos dicen que uno se debe elevar al mundo espiritual y dejar atrás el malvado mundo material; ¡no tiene que entender nada sobre el mundo material, sino convertirse en místico y vivir en el mundo elevado! Pero incluso estas naturalezas profundas tienen hijos, al igual que las menos profundas, y tienen la idea de que esos hijos deben “ganarse la vida”, de que estaría muy, muy mal que no se los enviara a escuelas donde se los instruya en los métodos actuales de ganarse la vida. De ese modo ya han aceptado el estado de cosas prevalente; de ese modo traspasan el materialismo a la próxima generación.
Ahora, cuando alguien habla de esta manera se vuelve una persona inconveniente, y lo mejor es simplemente vilipendiarlo; para la mayoría de las personas oír lo que he estado diciendo es como ser acosado por alimañas. A la gente no le gusta ser acosada de esta manera por alimañas psíquicas y por eso se cubren con una piel gruesa que los hace impermeables a lo que la ciencia espiritual tiene para decir sobre nuestra cultura actual. Es de ese lado que se encuentra la ingenuidad. Y cuando la Iglesia Católica vio que la gente se estaba volviendo tan parcial, se tomó el trabajo de instruir especialmente a algunos, y en esto fue en realidad guiada indirectamente por impulsos espirituales. La fundación de la Orden Jesuita por Ignacio de Loyola como resultado de influencias fundamentales del mundo espiritual es uno de los sucesos más importantes de la metahistoria, uno en el que se manifiesta una poderosa eficacia espiritual.
Ahora bien, entre nosotros debemos por supuesto poder hablar francamente; de ahí que me haya sentido obligado a hablar de la espléndida aunque cuestionable formación de los jesuitas. También me referí a este tema en el ciclo de conferencias “De Jesús a Cristo”, que algún miembro con poco tino ha puesto ahora en manos de un difamador e inventor de disparates. Ustedes saben que en el ciclo de Karlsruhe analicé la base fundamental de la formación jesuita. ¿Qué sentido tiene, si se me permite la pregunta, advertir en cada ciclo de conferencias que los manuscritos impresos de las mismas son sólo para los miembros, cuando los difamadores los tienen a su disposición y pueden usarlos para pergeñar todo tipo de mentiras? Este incidente ejemplifica de manera extraordinaria lo que ya he dicho a menudo, que llegaría el momento en que no se podría contar con que estos ciclos de conferencias estuvieran restringidos a un círculo reducido, puesto que la humanidad no está capacitada en la actualidad para que se le confíe nada. Por supuesto todo lo que se ha escrito de ese lado es basura y falsedad, pero se basa no sobre mis escritos públicos sino sobre ciclos de conferencias privados que han sido divulgados, y tengo buenas razones para creer que uno de los primeros ciclos entregados al clero católico fue ese ciclo de Karlsruhe sobre los jesuitas. Pues ellos por su parte son reacios a revelar la verdad sobre la formación de los jesuitas. El mundo no debe enterarse de cómo se forma a los jesuitas; el mundo no debe saber nada sobre su poderosa disciplina.
La humanidad actual en su simplicidad está simplemente retardando su propia conciencia. En cuanto a los jesuitas, hay numerosos miembros de esa Orden con una capacidad espiritual tal que si estuvieran distribuidos por el mundo y no ocuparan su tiempo como lo hacen sino que estuvieran trabajando en el mundo exterior en ciencia, pintura o poesía, serían honrados como individuos geniales, serían reconocidos como grandes mentes de la humanidad. Dentro de la Orden Jesuita hay innumerables hombres que serían grandes luminarias si fueran a aparecer como individuos y se ocuparan de algo diferente – por ejemplo, de la ciencia materialista. Pero estos hombres suprimen sus propios nombres; se sumergen en su Orden y una de las condiciones de su fortaleza es que el mundo no sepa nada sobre la manera en que tantas cabezas, de sotana y gorro negros, han sido formadas.
Todo esto tiene como propósito mostrarles cuán fundamentalmente diferente es la conciencia en las diferentes categorías de seres humanos. Pero nuestros simplones modernos, que se consideran iluminados, no se toman estas cosas en serio. Eso hay que recalcarlo una y otra vez.
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